Fango

La política española se ha convertido en una guerra de trincheras en la que nadie hace prisioneros

05 de junio 2024 - 01:00

A nadie se le ocurrió que no era una buena idea que Begoña Gómez –mujer del presidente del Gobierno– participara directamente en procedimientos administrativos relacionados con la concesión de ayudas públicas a determinadas empresas? ¿Nadie pensó que ese papel de intermediación podría resultar anómalo desde cualquier punto de vista? ¿Nadie tuvo la intuición de que esa actividad podría traer algún problema grave en el futuro? ¿Nadie se planteó que no parecía muy ético –ni muy recomendable– que un presidente del gobierno que había llegado al poder a través de una clamorosa campaña de denuncia de la corrupción política tuviera a su mujer participando, aunque fuera de lejos, en actividades relacionadas con la adjudicación de fondos públicos? ¿Nadie vio nada peligroso? ¿Nadie vio nada raro? ¿Nadie vio que no era aconsejable meterse en ese avispero? Son preguntas interesantes, aunque parece que nadie se las ha hecho.

Pedro Sánchez atribuye la imputación judicial de su mujer en una investigación por tráfico de influencias a la activación –una vez más– de la inmisericorde maquinaria del fango, y puede que tenga razón y que no haya nada objetable ni delictivo en lo que ha hecho su mujer. Sí, de acuerdo. Pero también hay que pensar en lo que ahora mismo estaría haciendo Sánchez si la imputada en la investigación fuera la mujer de Núñez Feijóo o la pareja de Díaz Ayuso. Porque entonces la maquinaria del fango estaría trabajando a la máxima potencia. Nos guste o no, las cosas funcionan así, y hay que ser muy tonto para pensar que Pedro Sánchez y la izquierda a la izquierda de la izquierda se quedarían tan tranquilos si pudieran hincarle el diente a una personalidad de la derecha imputada en una investigación judicial.

Desde que empezó la crisis económica en 2008, la política española se ha convertido en una guerra de trincheras en la que se usan armas químicas y en la que nadie hace prisioneros. Basta recordar los casos de Rita Barberá o Francisco Camps, por la derecha, o el de Mónica Oltra por la izquierda. Nadie tuvo piedad de ellos y todos tuvieron que sufrir la máquina implacable del fango. Es inútil buscar compasión donde sólo hay furia y odio. Pedro Sánchez llegó al poder hace seis años impulsado por esa furia y ese odio. Ahora ya ha probado el sabor amargo –muy amargo– que tiene la furia y que tiene el odio.

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