La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
COMENTÁBAMOS el martes la propuesta-ocurrencia del candidato popular Sanz de hacer en la Fábrica de Tabacos un “Louvre sevillano”. Puro humo que se perderá en el infinito de las hemerotecas. La iniciativa, sin embargo, es un síntoma más de esa tendencia generalizada –consciente o inconsciente– de echar a los ciudadanos de sus hábitats para que sean ocupados por el turismo. La consecuencia más dramática la hemos visto en el espacio doméstico. La proliferación de los llamados “pisos turísticos” ha supuesto la expulsión de miles de sevillanos de sus viviendas para que sean ocupadas por inquilinos ocasionales que aumentan considerablemente la rentabilidad de los inmuebles. Prácticamente todo el mundo tiene un amigo que ha recibido una llamada de su casero: que si “ya sé que siempre has sido un buen pagador, pero tienes que comprender que hablamos de mucho dinero”, que si “el negocio ya lo llevan mis hijos y ellos así lo han querido”... En los últimos años hemos visto que un barrio como el de Santa Cruz, que hasta hace una década combinaba perfectamente su carácter residencial con el turístico, se ha convertido en una mera carcasa tipicoide; cómo sus vecinos se han ido marchando y su peculiar comercio (Trueque, Renacimiento, Fernán Caballero...) ha sido sustituido por otro nuevo de cartón piedra.
Pero la expulsión de los sevillanos de su propio solar no se limita al espacio doméstico, sino que también se quiere ampliar al público. Hemos asistido a numerosas propuestas en esta dirección, como el intento de cierre del centro docente infantil María Inmaculada, en los Jardines de Murillo, para crear un centro de visitantes del Alcázar, o (esta es la más divertida) la salida del Ejército de Capitanía General para hacer algo así como un salón de recepciones para el turismo de congresos. Da igual que uno sea párvulo, catedrático de Filología o brigada del arma de Ingenieros. Algunos nos quieren fuera de los espacios más emblemáticos de la ciudad para aumentar sus beneficios. Cada vez estamos más cerca del Sevilla sin sevillanos.
Es evidente que necesitamos el turismo, pero corremos el peligro de morir de sobredosis o de la mala calidad de la droga. Habrá un día en que se note demasiado que las calles del Casco Antiguo son un mero decorado y esto terminará por expulsar al turismo más deseable, aquel que viene a conocer la ciudad en todos sus aspectos: histórico, cultural, gastronómico, antropológico... El verdadero reto para un alcalde no es vender macroproyectos, sino buscar un modelo de ciudad en el que nativos y turistas puedan compartir el mismo espacio sin merma de su autenticidad. Es decir, un modelo “sostenible” por usar el vocablo de moda, tan usado como poco ejecutado.
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