¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Quizás algunos de mis lectores más memoriosos, como Funes, recuerde la portada de un disco de Supertramp titulado Crisis? What Crisis? En ella un hombre toma, apacible, el inexistente sol, con una tumbona y una sombrilla coloridas, sobre un fondo gris de caos, desolación y humo vomitado por docenas de chimeneas.
Con frecuencia me he acordado de ese disco desde que, hace más de un año ya, la muy discutible OMS habló de pandemia por primera vez (sí, en efecto, antes de las famosas manifestaciones revolufeministas de 2020). Desde entonces se ponen en labios de expertos, conocidos u ocultos, reales o ficticios, afirmaciones, recomendaciones y sugerencias de todo tipo. Y en esas afirmaciones, recomendaciones y sugerencias se basan, o eso nos dicen, los diarreicos (por cantidad y, perdonen lo escatológico, calidad, tanto jurídica como literaria) ucases de nuestros dirigentes.
Nuestras vidas, este año, se han visto afectadas por decisiones fundadas, dicen, en la sabiduría de los expertos. Nos han limitado nuestras libertades de movimiento, de reunión o de culto, entre otras. Nos han impedido desarrollar nuestro trabajo en muchas ocasiones. Se ha afectado a la salud económica y psicológica de buena parte de la sociedad. Y ello con el objetivo laudable, plausible, de preservar la salud física de la mayoría de la población. Porque era lo que recomendaban los expertos.
¿Qué expertos?, ¿los que al principio decían que las mascarillas no eran recomendables?, ¿los que no consideraban que el coronaleches fuese a producir muchos casos en España?, ¿los que decían que el bicho no resistía el calor?, ¿los que afirman que remdesivir, dexametasona… están indicados para esta enfermedad o los que sostienen lo contrario?, ¿los que dicen que los bares son lugares de muerte o los que emiten informes sobre los que algún Tribunal Superior de Justicia concluye que no se ha demostrado nada de eso?
No pretendo ridiculizar el papel de los verdaderos expertos. Entiendo que es normal equivocarse cuando estamos ante un problema nuevo. Que sólo son exigibles preparación, reflexión, modestia y honestidad en los informes de previsiones y recomendaciones, no acierto. Pero seamos serios. Experto, etimológicamente, es el perito, el que tiene experiencia. No hay verdaderos expertos en esta materia, o no los había meses atrás. Simplemente hay gente más preparada que otra para aprender rápido y sugerir ideas, acertadas o no.
Lo molesto, por ser suave, es que los políticos mientan o se resistan a publicar nombres y currículum de los llamados expertos y sus recomendaciones escritas. Eso provoca que mucha gente simplemente no se crea nada. Con motivo.
De otro lado, esto es mera manifestación de un problema de fondo: la sociedad ha depositado una fe acrítica y exagerada en el cientifismo. La ciencia es una mera herramienta, no una religión. Útil, importante, pero limitada. Acierta cuando explica cosas, no cuando hace profecías. Los políticos la usan como excusa. Y nos lo tragamos.
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