¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Para muchos europeos el proyecto respaldado precisamente por esa palabra, Europa, se había convertido en la gran esperanza. Aquello que en principio, tras finalizar la guerra en 1945, fue una vaga idea, cobró cuerpo, y, poco a poco, se fue cargando de expectativas. Se construyó un itinerario cultural, con dos milenios de recorrido, para resaltar que en este continente se incubaron los conceptos de libertad, democracia e igualdad. En apoyo de esa ilusión creadora se escribieron miles de páginas, cientos de reflexiones. Miles de intelectuales y artistas apuntalaron el proyecto y estuvo a punto de lograrse. Las ambiciones -para un nuevo tipo de convivencia- plasmadas en libros, periódicos, foros, universidades, habían convencido a muchos ciudadanos europeos. Sin embargo, otros no aceptaron esos buenos propósitos. Quizás porque tenían puestos sus intereses en beneficios más inmediatos. Con el cambio de milenio, ya empezó a comprobarse que se había caído en el espejismo de confundir la quimera de unos cuantos hombres de letras con las cuentas reales de quienes solo pensaban en rentabilidades personales, políticas, económicas y financieras. Y tan pronto como algunos obstáculos pusieron en peligro estas últimas, las fronteras semienterradas volvieron a levantarse con su atávica carga de egoísmos nacionalistas, prejuicios geográficos entre norte y sur, y demás secuelas de antiguos odios tribales. La Europa dispuesta a volar y soñar, volvió, pues, a ser raptada. Se olvidó, sin pudor, en el 2008, que la primera piedra democrática, simbólica, había sido puesta en Grecia. Y se le exigió el pago inmediato, inapelable, de treinta denarios que debía a unos tristes hombres vestidos de negro. Estos recios hombres del norte abrieron la veda de los números y con ellos se perdió el respeto a la historia que había fundado la idea de Europa. Hombres de letras, un tanto nostálgicos, volvieron a escribir páginas y libros llenos de melancolía sobre el rapto y el naufragio europeo, pero se impuso un discurso omnipresente: lo primero, ajustar cuentas. Los otros ideales, con su fuerte potencial aglutinador, se evaporaron y, como consecuencia, en cada esquina se han impuesto de nuevo los chiringuitos: populistas, unos, nacionalistas, otros. Sin rastro de los ideales que antes prevalecieron. Basta contemplar cómo se gestiona el fenómeno de la emigración y cuánto incomoda la situación epidémica instalada en el sur. Un solo ejemplo: la primera ayuda -palpable, no retórica- recibida por Italia, no fue de ningún país vecino, europeo, sino del Gobierno chino. La mejor Europa ha sido raptada.
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