La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Anda parte del personal de Despeñaperros para arriba reenviando vídeos de la fiesta celebrada el pasado sábado en la Casa de las Dueñas en homenaje a la ex primera dama de los Estados Unidos, la señora Clinton. La mayoría refiere lo de Palacio de las Dueñas cuando la terminología de la propia duquesa de Alba y la jerga popular sevillana jamás aludió al inmueble como palacio, pues ese vocablo es propio de Madrid, donde también se dice corralas, mientras en Sevilla se habla de corrales. Tampoco es lo mismo un tanque que una cerveza, claro. No digamos una caña... O unos vinos, dicho sea en plural. Se celebró la fiesta el pasado sábado y quedaron claras dos cosas. La anfitriona, Eugenia Martínez de Irujo, ejerció las funciones que asumió su madre durante años: la de embajadora efectiva de la ciudad por la iniciativa privada. ¿Quién recibía a las visitas verdaderamente ilustres de Sevilla en los años sesenta y setenta? ¿Quién las llevaba a la Feria de Sevilla en los carruajes de la Casa de Alba? El sábado apreciamos lo que nuestros padres y abuelos vieron durante décadas: la ciudad de forma natural delega las funciones de recepción y atención en la Casa de Alba, la Real Maestranza o la Casa de Medinaceli. Ahí está la historia de las últimas siete décadas para demostrarlo. La segunda cosa que quedó clara es la cantidad de gente que se quedó fuera de la invitación. La muy envidiosa ciudad de Sevilla examinó los vídeos para comprobar quiénes eran los convidados de entre los nuestros. Pocos, poquísimos. La lista de los excluidos fue muy extensa. El presidente Moreno, Antonio Pulido, Mercedes Vázquez, los del Río... Y muy poco más.
Es sabido que en Sevilla hay que dejar gente fuera para que un acto tenga éxito. Que se lo digan a los de los premios Grammy que no tuvieron ningún reparo en enviar algunas invitaciones la misma mañana del día de la ceremonia. El éxito de Eugenia ha sido total al asumir el papel de su madre: recibir, atender y agasajar en nombre de la ciudad. A ver si el Ayuntamiento toma nota, espabila y saca los carruajes municipales para, por ejemplo, darle lustre a la Feria. No es elitismo, sino venta de la marca de ciudad, como les gusta decir a los sesudos analistas del márquetin y los tasadores de los impactos económicos. ¿Cuántos visitantes querrán entrar ahora en la Casa de las Dueñas con tal de estar en el salón donde la señora Hillary bailó con los del Río? Los mismos que lustros después del enlace han seguido visitando la Catedral para hacerse una foto en el altar donde se casó la Infanta Elena en 1995. Eugenia, embajadora y anfitriona oficiosa de Sevilla en 2024. Y la oficiosidad en Sevilla es la oficialidad alternativa. Es decir, la real.
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