Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Sebka
QUÉ es la Semana Santa, algo efímero que brota cada año o por el contrario es una manifestación eterna que renace idéntica cada primavera? Cada Miércoles Santo nos hacemos la misma pregunta cuando, cansados, nos resistimos a abandonar la silueta inerte recortada en el puente sobre la negrura de la noche, el resplandor de los cirios, el sonido suave de una marcha... Y siempre la pregunta queda sin respuesta.
Cuando esta noche nos invada ese sentimiento de que, un año más, todo está cumplido, que las horas que llegan son un sueño que se desvanece de forma acelerada, trataremos de comprender cuánto hay de permanente y cuánto de fugaz en la vida que hemos dejado atrás y en el tiempo que nos espera.
Quienes creemos profundamente en el Crucificado aguardamos la vida eterna, aquella que nos asegura la Palabra y la Misericordia de ese Dios bueno, maniatado, colgado, que hoy rozará con las conteras los balcones de la ciudad. Allí esperamos encontrarlo y encontrarnos. Sí, para cuantos tenemos la suerte de atesorar la Fe, la Semana Santa es un adelanto de esa eternidad contradictoriamente encapsulada en sólo siete días.
Porque Él siempre está ahí, abriendo sus brazos de par en par, cerrados sus ojos a la Vida, expirante, humilde, paciente... otros no. Se habrán ido para recordarnos la fugacidad del momento, la limitada percepción de nuestro limitado tiempo. Muñidores de la Sevilla más profunda, fiscales de cruz de guía que nos marcan el camino, morado San Bernardo, azul caridad, azul Arenal, "In ictu oculi", en un abrir y cerrar de ojos.
No hay respuesta a la pregunta. Del mismo modo que no se puede encorsetar a Dios en un nombre y lo llamamos "el que Es", tampoco podemos encerrar estos días santos en un concepto, en una definición; eso sería apropiarnos de la Semana Santa, pensar que sólo es nuestra, que sólo nosotros la disfrutamos y sufrimos.
Mientras recordamos, en tanto que soñamos, toda la eternidad queda en nuestro corazón atrapada "In ictu oculi".
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