La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El mercado de la Puerta de la Carne, un edificio muerto... de risa
EL mal llamado Estadio Olímpico (sólo pueden ser denominados así los que han acogido unos Juegos) es una de esas asignaturas pendientes a la que Sevilla, ciudad un tanto guanajona, no termina de encontrarle una solución. Como se sabe, fue un empeño del alcalde Alejandro Rojas-Marcos, que aprovechó la quimera de unas olimpiadas sevillanas y la realidad del Mundial de Atletismo de 1999 para dotar a la ciudad de un gran estadio cuyo último fin era que los dos equipos de fútbol de la ciudad, Sevilla FC y Betis, jugasen en un único campo y dejasen libre unas golosas bolsas de suelo en Nervión y Heliópolis, además de evitar los problemas de tráfico, limpieza y seguridad que se suelen generar en plena ciudad los días de partido. No era una mala idea planteada en frío, sin tener en cuenta la realidad palpitante de esta ciudad, su verdad antropológica, su sentimentalidad... En urbes como Valladolid aún lamentan la mudanza del viejo estadio –ubicado en el Paseo de Zorrilla, junto a la Plaza de Toros– a unas afueras a las que no se podía ir andando. Se perdió así el placentero paseo dominical parando en bares nublados por los farias y aromados por el coñac más barato de Jerez.
El proyecto unificador fracasó olímpicamente porque, según ha contado el propio Rojas-Marcos, Lopera aprovechó unos favorcillos que el PP le debía para intentar que el estadio fuese sólo para el Betis. Finalmente, el líder andalucista, a lo Salomón, prefirió romper la baraja: o de los dos o de ninguno. Y ahí quedó el estadio arrumbado en la Isla de la Cartuja, como un inmenso platillo volante averiado, sólo activo para algunas finales de fútbol, macroconciertos, oficinas burocráticas y vacunaciones masivas.
Ahora, para sorpresa de todos, La Consejería de Economía y Hacienda de la Junta ha presentado un proyecto que tiene tres trayectorias: 1) el acondicionamiento del entorno del edificio para instalar viviendas de alquiler social o una especie de ciudad universitaria del deporte; 2) la reforma del ya algo ajado Estadio para aumentar el aforo; 3) La construcción de un nuevo y anexo pabellón con capacidad para 15.000 asistentes. Es decir, que si no queríamos Estadio, ahora tendremos tres tazas. El problema es que todo esto depende de la pólvora del rey, es decir, de los fondos europeos Next Generation, que da Bruselas y reparte el Gobierno. Mientras tanto, estaría bien ir trabajando, por si las moscas, en un plan de mejor optimización de un gran espacio que, al contrario que otros proyectos más recientes, tiene la virtud de ser discreto y estar apartado.
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