La lluvia en Sevilla

Especialidad en simpatía

Donde hasta hace poco había bares de trato cordial, ahora encuentro a menudo caretos y desprecio

Me contaba un amigo romano, mientras andorreábamos los callejones de atrás del Trastevere caminito a la Academia de España, que La Ciudad Eterna combate el saco de las hordas de turistas a base de tratarlos con desdén. Será que en Sevilla, en algunos establecimientos, han tomado nota de ello, visto el trato que despachan a su clientela no sólo foránea, también aborigen.

“Este es uno de los mejores sitios del barrio para tapear”, comunico a mis amigos recién llegados de Jordania. Nos acercamos a uno de sus veladores para leer el cartel que lo adorna: “No está permitido permanecer en la mesa más tiempo del necesario para comer”. Exquisita bienvenida. No hemos acabado de leerlo cuando el camarero nos espanta de allí dando grandes palmadas, como si fuésemos vacas. “¡A la cola, que hay gente esperando!”, y nos señala una fila de personas que nos miran con cara de póker. El camarero parece estar harto. Y yo no quiero recibir este trato.

A la salida de la radio, me paro a desayunar en un velador de la Alameda. La camarera toma nota en la mesa de al lado. Como no sé si me ha visto, levanto la mano amablemente y digo: “¡Hola! Cuando puedas”. Me devuelve una mirada asesina y un mohín de que me espere. Cuando por fin se acerca para tomar nota, trato de explicarle (y de disculparme, también) por haberme atrevido a llamarla; no sabía si, entre tantos veladores, había advertido mi presencia. Me responde poniendo los ojos en blanco, y preguntándome de mal rollo que qué iba a querer. Té verde y media, que me sirvió con evidente desdén. Por supuesto, tuve que levantarme varias veces para pedir en la barra aceite, sal y un vasito de agua. La camarera parece estar harta. Y yo no merezco recibir este trato.

Podría añadir más ejemplos recientes, no por quejarme de lo que me pasa, mis cuitas son mías, sino por si acaso acierto a decir algo que nos corresponde al común. Lo hago con reparo, pues como no pertenezco a esa clientela clasista que trata como palafreneros a los empleados de los bares, no quiero que ustedes me tomen por tal. Sólo constato que, donde hace poco había una mesita en la puerta, una carta sin maldito QR, y un tratarnos mutuamente como a personas provistas de dignidad, ahora encuentro, muy a menudo, caretos y un desprecio que dista mucho del tradicional malajismo, que es un código, no una cosificación del de enfrente. Son muchos, y ninguno bueno, los factores que concurren en esto. A quienes no estamos dispuestos a frecuentar lugares donde nos traten a coces y a voces, o a que nos incluyan el decoro en el precio junto al pan y los picos, se nos reduce el espacio común, que cedemos a esta otra forma de maltratarnos, que nunca ha sido nuestra.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios