¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Crónica política
DOS meses después de las elecciones del 26 de junio, los diputados ya saben dónde van a sentarse en el Congreso. Por fin hay acuerdo sobre cómo distribuir los escaños entre los diferentes grupos. Dos meses. La productividad en el mundo laboral en España está a la cola de Europa, pero la productividad de la política española figura actualmente a la cola del mundo.
Lo que parecía imposible, repetir elecciones en junio, se consumó. Después, la hipótesis de unas terceras elecciones que resultaba increíble al principio, cada día se ve más cerca. Crece el convencimiento en la ciudadanía de que acabaremos votando. Si toda la aportación de ingenio del Partido Popular para formar Gobierno se resume en la ocurrencia de alargar plazos para descolgarse con una fecha mágica -el 31 de agosto para la primera votación de investidura de Rajoy- que, concatenada, en el supuesto de fracaso, nos llevaría al mismísimo día de Navidad en terceras elecciones, la pobreza de la actual política española estremece. Si la brillante aportación del secretario general del PSOE en este segundo intento de formación de Gabinete es el monosílabo no, con su variable de no, no y no a Rajoy, no es de extrañar que crezca la desconfianza hacia el sistema de partidos. Si toda la contribución de la nueva política, con la que se entronizó mediáticamente a Pablo Iglesias, es haber evitado la formación de un Gobierno de centro izquierda presidido por Sánchez, para favorecer al final un Ejecutivo encabezado por Rajoy, no es de extrañar que el sueño renovador de centenares de miles de personas se convierta en decepción.
La política española está bloqueada. Para romper ese bloqueo hay algunas maniobras en marcha, pero hasta ahora no han dado resultado. Los políticos profesionales anteponen los intereses de partido, y además los suyos personales para sobrevivir, a los intereses generales del país. Pero la ciudadanía que pide pactos, después no premia electoralmente a quien intenta construirlos, como es el caso de Albert Rivera. Se podrá discrepar, o no, de las propuestas del líder de Ciudadanos, pero no se negará su esfuerzo en tender puentes a su izquierda, primero con Sánchez, y ahora a su derecha con Rajoy.
Un dirigente provincial del PSOE, harto de ese bloqueo, como tantos otros, asegura que la única forma de arrancar una abstención a su partido es doblar la cerrazón de Sánchez que sabe que, si es él quien lo propone, está liquidado en el próximo congreso porque la militancia no acepta componendas. De modo que solo queda que el Comité Federal pueda imponérselo. Por eso no lo convoca. Pero el dirigente provincial en cuestión asegura que si un tercio de los miembros del Comité Federal lo pide, no hay más remedio que convocarlo. Así que esa es una de las maniobras en marcha para desbloquear el proceso y evitar terceras elecciones, que en el fondo poco importarían a algunos dirigentes: Rajoy podría hasta obtener mejor resultado y en el PSOE hay quien piensa que les podría favorecer el bajo momento de Pablo Iglesias y los conflictos de Podemos en Galicia. Como si los socialistas no los tuvieran también allí y graves.
Por el camino, el País Vasco y Galicia van a elecciones dentro de un mes. Previsiblemente, el candidato popular Núñez Feijóo está cerca de la mayoría absoluta, pero los cuatro diputados que se la garantizaron fueron los últimos del reparto en cada provincia, lo que ahora podría cambiar porque hay más contendientes. Y en Euskadi parece previsible que gane el Partido Nacionalista Vasco, pero necesitará auxilio parlamentario de los socialistas, o de los populares. Estos dos nuevos tableros de juego de alianzas podrían tener alguna influencia en el desbloqueo de la situación para formar Gobierno en Madrid. O quién sabe si todavía reforzará ese bloqueo. La tendencia electoral en el mundo pasa por opiniones públicas cada vez más volátiles y radicalizadas. Y España no iba a ser una excepción. Ahí está una de las razones de ese bloqueo al que todavía no se encuentra solución. Pero urge encontrarla.
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