La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Escribo para que me quieran” es una respuesta tan habitual como desastrosa en las entrevistas que conceden quienes escriben. Craso error, en particular en el caso de las escritoras. Dejarse escribir en libertad, con honestidad, liberada hasta de una misma, sin obedecer (que es mucho más interesante que desobedecer) la doxa de un tiempo y de un país, no sirve para que nos quieran. Antes bien, no será raro generar un rechazo inquebrantable, más aún en estos tiempos donde las redes sociales y el embozamiento de los nicks y perfiles han generado mucha ceguera, poca escucha y reacciones atávicas. Quien no refuerza nuestra visión del mundo nos incordia y es digno de desprecio e ironía barata. Si lo que está escrito, en negro sobre blanco, en muchos y grandes libros, lo hubieran escrito hoy en sus redes sociales Antonio Machado, Simone Weil, Lorca o Pizarnik, a fe mía que también lo hubieran pasado regulinchi. Yo también he visto –ay, Ginsberg de mi garlochí– cómo a las mejores mentes de mi generación les han deseado la extinción por el hecho de no dejar de serlo. Tiempos raros estos, en los que se confunde lo audaz con lo retrógrado, en los que lo políticamente incorrecto apenas sirve para nada realmente disidente e intrépido.
Escribir no va a servir para que nos quieran, salvo –en los mejores casos– como efecto colateral. Antes bien, escribir sirve para forjarse las más leales enemistades. Pero escribir sí nos vale –también como efecto colateral– para saber a quién querer. Lo mismo que, a lo largo de nuestra carrera, encontramos a quien nos desea lo peor por el mero hecho de expresarnos sin autocensura, hallamos a no pocas personas lo suficientemente seguras de sí como para leer a quienes ven el mundo de otra manera. Entre las satisfacciones que me procura escribirles cotidianamente desde esta columna, está la de encontrar a lectores que, aunque no piensan como yo –es lo primero que me dicen cuando me conocen–, valoran y agradecen con sinceridad que escriba. A ésos los quiero en mi equipo.
Escribir no va a servir para que nos quieran –decía–, sobre todo si eres mujer. No se asombren si les confieso que aún padecemos sesgos inconscientes que nos ven como asaltantes bisontas de un espacio que no merecemos, y dobles catalogaciones negativas (“escritora y por tanto rara”, “escritora y trepa”…), e incluso individuos que temen que despierte la Virginia Woolf que duerme a su lado. Lo dicho, que escribir sirve para saber a quién admirar, celebrar y apreciar.
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