La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La mejor foto del Rey no se ha hecho
Crónica personal
ALGÚN mal fario tiene la Transición que se ha llevado excesivamente pronto a muchos de sus protagonistas, a muchos de los mejores políticos que ha tenido la España democrática. Es muy larga la lista a la que ahora se incorpora Enrique Curiel, la lista de quienes han muerto jóvenes tras dejarse la piel para que España dejara definitivamente atrás la dictadura y asumiera el cambio en un muy corto espacio de tiempo y de una manera que provocó admiración en el mundo. El referente de la Transición permanece a lo largo de las décadas. Se ha analizado con asombro y admiración dentro y fuera de nuestro país, hasta el punto de que hoy se pone como ejemplo en el convulsionado escenario del norte de África.
Enrique Curiel forma parte de los políticos que han dejado un recuerdo imborrable, demócratas convencidos que demostraron su patriotismo desde muy distintos frentes pero trabajando por un mismo objetivo, construir una España de libertades. Enrique ya apuntaba maneras en su Vigo natal, pero despertó a la política activa en Madrid, en la Facultad de Políticas, primero desde el PSP de Tierno Galván, donde se formaron muchos de los grandes dirigentes políticos de la Transición, y después en el PCE, el partido que verdaderamente se organizó para pelear contra el franquismo. Enrique fue un líder universitario muy comprometido y, muerto Franco, trabajó codo a codo con Santiago Carrillo para poner al PCE en la única línea política posible, el eurocomunismo que desde Italia propugnaba Enrico Berlinguer y que dejaba atrás una serie de condicionamientos retrógrados impuestos por el inmovilismo soviético.
Como ocurrió con frecuencia en los políticos de la Transición, Curiel tuvo dudas, certezas, enfrentamientos con sus compañeros por razones ideológicas y organizativas y, tras llegar muy alto en el PCE, vicesecretario general, decidió dimitir por discrepancias con Gerardo Iglesias. Y dejó todo. Incluido el escaño de diputado, una actitud que contrastaba con la de otros que se daban de baja en sus partidos pero conservaban el escaño en el Congreso. Su decisión marcó un precedente, hasta el punto de que en ocasiones futuras se mencionaba el caso Curiel como referente de político coherente que cede el escaño al partido en el que había militado.
Era extrovertido, concienzudo, positivo, ilusionante y muy trabajador. Difícil pillarle en un renuncio, era todo coherencia, primero desde el PCE y después en el PSOE, tanto en el Congreso como en el Senado o en el Ayuntamiento de Madrid. Esta cronista le recuerda especialmente la noche del 23-F en Interior. Era un gran tipo. Se suele decir de los que mueren, pero tengan la certeza que esta vez los homenajes a Curiel serán sinceros, emotivos, muy auténticos.
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