La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
HOY quería haber escrito en defensa de la vida de Eluana Englaro y tengo que hacerlo sobre su muerte. Así están los tiempos. Pero igual que su vida estuvo llena de sentido, también su muerte -a pesar de que la han precipitado los negadores de todo- lo tiene.
Aclara las intenciones y los modos del movimiento a favor de la eutanasia. Nos la venden como una muerte digna, serena y aceptada. Con Eluana hemos visto lo que es: una pulsión de muerte que lleva hasta dejar morir de hambre a una persona. Arrancar la máscara humanitaria (o el pasamontañas) a la eutanasia es un gran servicio a la sociedad.
Y tan terrible como la muerte, lo que ejecutan antes. Porque previamente necesitan despojar a la vida de dignidad. En el caso de Ramón Sampedro, hubo tetrapléjicos que se sintieron agredidos por el enorme esfuerzo mediático realizado para convencer a la sociedad de que una existencia así carecía de razón de ser. Y si uno lo piensa bien, la maniobra nos interpela a todos: nos arrebata el valor intrínseco y nos constriñe a nuestras capacidades mentales o físicas actuales. Pero la vida de Eluana Englaro tenía sentido, y uno de los mayores que caben. Significaba que, independientemente de su circunstancia, la existencia merece el respeto supremo. En la defensa de los derechos fundamentales y de la dignidad humana, ella era más importante -porque su testimonio era más radical- que el señor Ban Ki-moon o que don Federico Mayor Zaragoza.
Esta muerte, como sacude las raíces del Derecho, desgaja muchas ramas de la legalidad. Por ejemplo, el deber de alimentos. Si a Eluana su padre la ha podido dejar de alimentar precisamente porque era dependiente, ¿a cuenta de qué pueden los tribunales exigir ahora el cumplimiento de ese deber a nadie con nadie? ¿Y en qué posición queda el deber general de auxilio? Estoy llevando el razonamiento a su extremo, cierto, mas no conviene olvidar que quien puede lo más, puede lo menos. La situación extrema de Eluana era un puesto fronterizo que marcaba los límites inviolables de la dignidad humana. Y hemos retrocedido.
Hoy, para muchos, la muerte es una solución, cuando la muerte fue siempre lo único insoluble. "Todo tiene solución menos la muerte", se dice, o se decía. Y muchos más no le dan ninguna importancia y piensan que se trata sólo de un suceso aislado. Sin embargo, en el fondo, es una enmienda a la totalidad. Una sociedad donde la muerte se presenta como una conquista humanitaria y una muestra de cariño está enferma terminal. Por eso, luego, la corrupción política, la falta de energía y la descomposición general del sistema no me extrañan en absoluto.
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