Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Hamuerto a los 93 años el productor de jazz Creed Taylor, con quien me encontré una tarde de finales del verano de 1967 en el cine Florida viendo Llamada para un muerto. Quizás lo más fascinante de la cultura sea su capacidad para atravesar tiempos y distancias creando una comunidad de lectores, espectadores u oyentes que, como escribió Joseph Conrad y tanto me gusta citar, trenza una red que hermana a desconocidos que han vivido o viven en tiempos, países y culturas distintas en una fraternidad atemporal y universal que "relaciona a cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad, los muertos con los vivos, y los vivos con aquellos que aún han de nacer".
Creed Taylor fue un fundamental nombre del jazz como productor en ABC-Paramount y Verve, y creador de los sellos Impulse! y CTI. Para ABC-Paramount produjo álbumes de Gil Evans o Ray Charles. Creó el sello vanguardista Impulse! para el que grabaron Mark Roach, Art Blakey, Freddie Hubbard, Duke Ellington, Ornette Coleman y, sobre todo, John Coltrane, fichaje personal de Taylor como artista exclusivo del sello desde 1961 hasta su muerte en 1967, lo que incluye el histórico álbum A Love Supreme. Pasó después al sello Verve revolucionando el jazz comercial dando entrada en Estados Unidos a la bossa nova al producir en 1962 y 1964 Jazz Samba de Stan Getz y Charlie Byrd, que incluía Desafinado de Antonio Carlos Jobim, y Getz/Gilberto de Getz, Joao Gilberto y Jobim que supuso el debut de Astrud Gilberto cantando a dúo con Jobim La chica de Ipanema. En 1967 creó el sello CTI para difundir este nuevo jazz suave y sofisticado para el que grabaron Jobim, Gilberto, Nascimento, Gil Evans o Quincy Jones. Este último fue quien cruzó en mi camino a Creed Taylor en el cine Florida.
Taylor sirvió de puente entre Sidney Lumet y Quincy Jones para que compusiera las músicas de El prestamista en 1964 y Llamada para un muerto en 1966, encargándose de la producción musical y edición discográfica de la segunda, para la que Jones compuso una extraordinaria y arriesgada banda sonora bossa nova en principio no apropiada para un oscuro thriller de espionaje ambientado en Londres, pero de perfecto funcionamiento dramático, por contraste, en la película. En ella Astrud Gilberto, convertida por Taylor en estrella de Verve, cantaba el melancólico Who Needs Forever que me acompaña desde aquella tarde en el cine Florida.
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