¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
La ventana
CUANDO la cuesta vaya buscando las tablas se cumplirá el cabo de año de que nos abandonase un personaje entrañable, un dechado de humanidad que lo mismo se fajaba con la dureza del mostrador que con la saeta y que lo mismo repartía bonhomía que ganas de agradar. Era Pepe Peregil ese hombre y Sevilla, que lo adoptó para hacerlo suyo, está correspondiéndole con la misma moneda del cariño que él repartía. Ahora se lo reconoce con una exposición en el que se recogen vivencias gráficas y en la que también se dan cita algunos de los que fueron sus colegas en el cante. Es en el Mercantil, ese templo donde se venera la sevillanía más cercana, que para eso se halla en la más sevillana de todas las calles de la ciudad, la de las Sierpes. Se inauguró la muestra el pasado sábado y ahí estará funcionando durante toda esta semana. Si de bien nacido es ser agradecido, con Pepe Peregil hay un derroche de buena nacencia.
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