¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
La esquina
HA muerto Eluana Englaro, después de que le retiraran la alimentación e hidratación artificiales que la mantenían con vida, y su muerte ha desgarrado a Italia, dividida a partes prácticamente iguales entre partidarios y detractores de lo que se ha hecho con ella.
En este caso concretísimo, y consciente de que están en juego convicciones profundas sobre la dignidad y la moral, creo que lo que ha decidido su familia es lo menos malo. Eluana, que llevaba diecisiete años en coma vegetativo tras un accidente de tráfico que sufrió cuando tenía veintiuno, había expresado a sus padres y amigos que no querría vivir como otro amigo accidentado que había quedado en la misma situación que ella padecería más tarde. Durante diecisiete años.
No firmó ningún testamento vital, pero, a falta de él, hay que otorgar validez legitimadora a lo que había manifestado con plena lucidez y siendo mayor de edad. En ausencia de esa voluntad expresa, debería valer la de sus padres, que han demostrado suficientemente su amor por ella y que han peleado en los tribunales durante muchos años hasta conseguir que el Tribunal Supremo, y la Corte Europea de Derechos Humanos, les autorizaran a retirarle la sonda que la mantenía con vida, con una vida sin esperanza, "peor que la condena a muerte", según ha dicho Beppino Englaro. Aquí no caben sospechas sobre herencias y otros intereses materiales que justifiquen el recelo sobre la eutanasia.
Esta es mi posición -repito: ante este caso concreto-, que parte de la premisa de que la vida de cada uno le pertenece a él antes que a Dios o al Estado. Respeto profundamente a los que piensan absolutamente lo contrario (por ejemplo el amigo Enrique García-Máiquez, en la página siguiente). Me gustaría ser también respetado y que en este debate todo el mundo prescindiera del insulto, la descalificación y el juicio de intenciones.
Lo que no parece respetable es la actuación carroñera de Silvio Berlusconi en el caso. Sigue una tradición suya. En mandatos anteriores gobernó por decreto para evitar la prisión provisional de sus amigos corruptos, congelar su propio procesamiento y apartar a los jueces que no se le plegaban. Ahora, para congraciarse con el Vaticano e imponer sus ideas particulares acerca de la eutanasia, ha organizado un auténtico golpe institucional, desafiando al Tribunal Supremo y al presidente de la República a través de un decreto-exprés y presionando a las cámaras legislativas cuando el decreto no ha sido posible. Se ha retratado completamente como lo que es, poniendo en crisis al sistema democrático y la separación de poderes y ahondando la división de los italianos entre los que le adoran y los que se avergüenzan de tener un jefe de gobierno así.
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