Antonio Heredia Bayona

Elogio de la sutileza

La tribuna

21 de enero 2014 - 01:00

HACE unos años encontré, leyendo el original opúsculo de Rafael Argullol Breviario de la aurora, la siguiente lacónica definición de sutileza: celebración del silencio. Confieso que desde entonces he vuelto en ocasiones a dicho libro y siempre me ha producido una especial perturbación esa misteriosa y personalísima definición. La RAE define lo sutil como adjetivo de lo fino, delicado y tenue. Y en una segunda acepción como agudo, perspicaz, ingenioso. Me pregunto qué conexión habrá entre ambas definiciones. Más aún, ¿qué es lo sutil en nuestras vidas?

No cabe duda que la sutileza forma parte de la creatividad humana; una capacidad, como otras tantas, de nuestro cerebro que ha sido conseguida por los caminos tortuosos de la evolución. Gracias a ella hemos aprendido que este vasto universo, complejo y fascinante, puede llegar a ser inteligible. Somos los alumnos aventajados de una evolución cosmológica, química y biológica que se ha desarrollado en un cambiante escenario que dura miles de millones de años y que ha tomado la sutileza como una de las herramientas arquitectónicas de todo ese magno proceso. De otro modo no comprenderíamos la existencia de la miríada de colores, de formas y tamaños, de sonidos, de escenarios plagados de seres vivos surgidos a partir de la materia simple e informe de una gran explosión inicial. Si miramos a nuestro alrededor con mirada retrospectiva no cabe duda, parafraseando la poética del heterodoxo Willian Blake, que la eternidad necesariamente debe estar enamorada de las obras del tiempo.

Nuestra evolución como especie está unida irreversiblemente al cosmos del que procedemos y somos depositarios y herederos de esa sutileza ancestral que nos permite diferenciar, entre otras acciones, mirar de ver y oír de escuchar. De una sutileza que se infiltra en el desarrollo histórico del ejercicio de disciplinas. Así, por ejemplo, la biología molecular moderna surge del establecimiento del paradigma de la molécula del ADN como depositaria de la información necesaria para constituir un ser vivo. Su desarrollo ha conseguido discernir y diferenciar las unidades de información que son los genes para ser usados como marcadores moleculares. O, como la nanotecnología aspira, en su incesante afán de explorar lo infinitesimal, a poder mirar la "cara" de los átomos.

No es preciso hablar sólo de ciencia para elaborar un elogio de lo sutil. El poeta sabe bien de su potencialidad, necesita de lo sutil para que con un acento, con un monosílabo modificar la esencia de su discurso poético. Al igual que Jorge Luis Borges, maestro de la sutileza por su uso magistral de la metáfora, la expresión por excelencia de la misma. Como la poeta americana Emily Dickinson, creadora de una lírica personal que traza y enreda con una gran sutileza e inmaterialidad, en bellos poemas, temas como el amor, la muerte y la naturaleza. Algo parecido podríamos decir de la creación y praxis musicales. Quienes, por ejemplo, se aproximen con atención a la interpretación de un cuarteto de cuerda no dejarán de asombrarse de que gran parte de la milagrosa belleza de la música surge de la delicadeza, de la sutileza de la vibración acertada, sincronizada y precisa de las cuerdas en un proceso de interpretación, único e irrepetible, de unos pentagramas. Una sinfonía, que aspira siempre a ser una representación peculiar de nuestro mundo, no puede entenderse sin la sutileza que encierra su grandioso cromatismo sonoro. No logro responder sobre qué sería de la música sin la sutileza presente en su creación e interpretación. Resulta inimaginable.

No alcanzamos a vislumbrar cómo se fragua lo sutil en nuestro cerebro, qué señales lo activan, qué códigos se deben desvelar para ello. Aún forma parte del misterio de nuestra mente. Pero debemos celebrar y agradecer que esté en nosotros. Como celebramos que nos sean familiares los sinónimos de esta palabra: delicadeza, levedad, gracilidad, agudeza, perspicacia, lucidez, diplomacia. Palabras elegantes y nobles, tan escasas en nuestra cotidianidad, que se engrandecen cuando pensamos en sus antónimos: tosquedad, simpleza, torpeza. Un dicho popular dice que el demonio está en los detalles. Quiero traducirlo como un reconocimiento de la trascendencia de la sutileza que ronda esos detalles. Hermes Trimegisto, gran alquimista, enseñó a "separar la tierra del fuego, lo sutil de lo tosco...". Nuestro Antonio Machado sabía "distinguir las voces de los ecos y escuchar, entre las voces, una". Quiero comprender ahora el significado de la definición de mi admirado Argullol: ese silencio que se celebra es el que precede al instante justo en que diferenciamos, sutilmente, lo bello de lo grotesco, la verdad de la mentira, lo efímero de lo eterno. No es poco. Es el particular triunfo de esa belleza que, como escribe Emily Dickinson, pueden llegar a sentir los silentes.

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