La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Hace un año titulé mi crónica desde el Palacio de la Bolsa de Madrid de la entrega del II Premio Manuel Olivencia al Buen Gobierno Corporativo Un ejemplo inspirador. Casi valdría para cada edición, a tenor de la nómina de galardonados.
Seguí anoche desde Sevilla la ceremonia de entrega de la tercera edición vía streaming, porque en tiempos de pandemia se ha transformado en la forma de asistir a las convocatorias. Y volvió a ser un ejemplo inspirador tanto la figura del catedrático sevillano de Derecho Mercantil como la empresa premiada y el directivo que lo recogió en su nombre: Inditex y Pablo Isla.
El gigante gallego no sólo demostró en 2020 que su buen gobierno corporativo le permite ponerse al servicio de los españoles para suministrar el bien más básico que necesitábamos cuando el Covid-19 alteró -veremos hasta cuándo- nuestras vidas, sino que asumió el reconocimiento como un reto de autoexigencia, expresado con nitidez por Isla, al declarar que son plenamente conscientes de lo que supone unir el nombre de su compañía al de Manuel Olivencia.
Qué contraste, pensaba al terminar mi crónica, con el otro asunto del que tuve que informar también ayer: la crisis de Abengoa.
En la trayectoria de los últimos cuatro años de la multinacional sevillana ha brillado por su ausencia el respeto a todos los estamentos y grupos de interés que conforman una empresa cotizada. A pocos días de que los accionistas, que se sienten maltratados por una dirección que ha intentado dejar a cero su inversión, hagan su tercer intento de tomar el control de la empresa para evitar perderlo todo, los actuales administradores se apresuran a resolver los incumplimientos flagrantes de los anteriores, a los que se han plegado, contra el mandato de quienes les eligieron. No hay que decir más.
Cuenta quien seguramente presidirá a primeros de marzo Abengoa, Clemente Fernández, que hace ya tiempo y antes de que imaginase siquiera que asumiría ese reto, en una reunión con Gonzalo Urquijo cuando presidía Amper, le paró los pies ante su desprecio al accionista y su sumisión a los acreedores. Le reveló que él era accionista de Abengoa y que no toleraba ese menosprecio. Urquijo, cortado, no volvió a hablar de ello.
La difícil situación que vive la empresa fundada en 1941 en Sevilla sólo se solucionará con respeto y buen gobierno hacia todos los grupos de interés, como bien recordaron ayer también los representantes de la plantilla, que rechazan una solución meramente financiera. Ojalá pronto sea posible y acabe esta triste etapa que la mantiene mortecina, alejada de la otrora excelencia innovadora que creó tanto empleo y riqueza.
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