La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Pedro Sánchez ejecutó el pasado sábado una amplia renovación de la parte socialista del Gobierno del Reino de España. Contra pronóstico -salvo quizás en el caso de Carmen Calvo, que sí estaba previsto- los ejecutados fueron los políticos que más se han expuesto para llevar a cabo las políticas para sostenerle en la Moncloa.
Especialmente sangrantes son dos casos: José Luis Ábalos y Juan Carlos Campo.
El hasta entonces ministro de Justicia ha expuesto prácticamente toda su carrera por llevar a efecto unos indultos que son injustificables e incomprensibles, sobre todo porque no van a servir para la utilidad pública que se les pretendía atribuir. Basta ver la reacción de los indultados, su interpretación de que han debilitado al Estado y la vergonzante foto de Waterloo, rindiendo pleitesía al más cobarde de los sediciosos, que huyó de la acción de la justicia. Campo se ha enfrentado a la carrera judicial a la que pertenece y a la que ya ha pedido reingresar, en su plaza de magistrado de la Sala Penal de la Audiencia Nacional. No será fácil esa vuelta, tras haber puesto en solfa al propio Supremo y pretender una reforma del delito de sedición que permita más beneficios a los independentistas que delinquieron. No es de extrañar que se sienta utilizado y desengañado. Él y su entorno. Que no es poco.
Ábalos, por su parte, es la imagen del PSOE que no dio a la espalda a Sánchez cuando fue defenestrado como secretario general el 1 de octubre de 2018. Miles de kilómetros recorridos juntos convenciendo a militantes para que confiasen en él de nuevo. Y el resultado ahí está, la derrota más humillante para la que había sido su principal verdugo, Susana Díaz, a quien acaba de laminar incluso en Andalucía.
Ábalos ha tenido además el gesto de dignidad de renunciar a su puesto de número dos teórico del partido, aunque tras el último congreso federal, el PSOE dejó de ser la organización democrática y participativa que fue para convertirse en un partido cesarista. Una entrega que puede ser letal si el líder acaba cayendo estrepitosamente.
La gran sorpresa no estuvo, empero, entre los ministros, sino en la destitución de su gurú político: Iván Redondo. El hombre que planteó la moción de censura que le hizo pasar de ciudadano a presidente sin ni siquiera escaño en el Congreso de los Diputados. La acumulación de poder que atesoraba encontró la salida más drástica: la guillotina. Quizás ésta es, además, la ejecución más arriesgada. Pues Redondo es un mercenario de la política que puede ser su peor enemigo por lo que conoce.
Sánchez demuestra una vez más que a él sólo le mueve su propia supervivencia y que los principios son para los demás.
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