La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Ni un español sin su mensajito de Navidad
Sebka
LLEGARÁ en la más oscura de las noches. Será un rumor rápido, suave, entrelazado con el chasquear de unos dedos, con tres toques secos en el fondo del canasto de mimbre. Las rodillas caerán en tierra golpeando el mármol: un sonido profundo, cavernoso, de alma rendida ante el Amor de los amores que observa y calla. El roce del rígido ruán acabará por desvanecerse de una esquina a otra de la nave catedralicia, acallándose, diluyéndose como olas que chocaran con la arena de la playa, fundidos ya con el rumor del viento en la plaza, con la indolente indiferencia de quienes esperan la imagen del cordero herido.
Sonarán campanillas plateadas, caireles dormidos, acompasados, apenas el reflejo naranja del carbón encendido iluminando el rostro de los acólitos. Serán tres veces las que el incienso se eleve hasta las altas bóvedas como escala por donde ascienden las oraciones de las miles de sombras que han pasado. Tres llamadas, tres voces, tres misterios. Dios mismo, real, presente; el Padre que crea, el Hijo que redime, el Espíritu que colma las ansias, que despierta el intelecto, que fluye en las voces fantasmales de un padrenuestro que traspasa los pesados muros de los faldones.
Taladrará los muros centenarios el rudo golpe del azahar que cae desde el cielo, de la azucena que roza la plata, del clavel que se desgasta en cada ilusión cumplida, en cada sueño realizado. Una cascada iluminada, una bola de fuego que incendia y derrite las miradas a su paso. Sonará el martillo y el bordado responderá clavándose en el frío solar de los mayores hasta convertirla a Ella en el cimiento de la fe de tantos.
En esta sociedad tan dada a apresar los momentos, a privatizar en cámaras y teléfonos el instante que no se vive, a individualizar para uno mismo lo que en esencia se ha creado por todos para todos, bueno es que sigan perdiéndose en el aire los sonidos de esta noche, el latir de los corazones, el susurro de una lágrima que cae, el leve, intangible, secreto, amable e imperceptible bisbiseo del silencio de Dios que habla.
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