Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
sebka
UN signo que viene a reafirmar la vinculación entre nuestras hermandades y la sociedad, es el interés que han despertado en los últimos tiempos todos aquellos asuntos relacionados con la economía. La omnipresente crisis ha puesto en el punto de mira la gestión de los recursos de las cofradías cual si éstas, en lugar de asociaciones de la Iglesia que administran libremente sus bienes, fueran organismos públicos y, en consecuencia, la fiscalización de sus contabilidades correspondiera poco menos que al Tribunal de Cuentas y no a la autoridad eclesiástica y a los cabildos generales.
No pongo en cuestión la conveniencia de que las hermandades se ajusten a criterios de transparencia; ni, por supuesto, la necesidad de ajustar las diferentes partidas a criterios acordes con las nuevas e imperiosas necesidades de los hermanos y la sociedad. No obstante, una vez sentadas dichas premisas, parece interesante recordar algo fundamental; que la existencia de las cofradías no se justifica sólo por las múltiples actuaciones sociales que realizan.
La caridad no es un principio esencial o primario de nuestras corporaciones sino la consecuencia (inseparable y fundamental, eso sí) de la creencia en los mandatos evangélicos de Jesús de Nazaret. La Fe en Jesucristo y por tanto la necesidad de difundir la Buena Nueva con palabras y obras, es la raíz que dio lugar a unas fundaciones en las que el culto de veneración a las imágenes y de adoración a la Divinidad ha formado y seguirá formando parte consustancial del carisma de estos movimientos de religiosidad popular.
Si antaño la trampa tendida a las hermandades se sustentaba en catalogarlas como un elemento exclusivamente cultural, hoy es necesario alzar la voz frente a quienes, por ignorancia o interés, pretenden razonar la conveniencia de su existencia en base al impacto social o económico de las mismas.
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