Monticello
Víctor J. Vázquez
No es 1978, es 2011
la ciudad y los días
LA muerte del historiador Eric Hobsbawm, inglés de origen judeo alemán que huyó de Alemania en 1933, pone fin, pero no silencia, a la voz de uno de los más lúcidos testigos e intérpretes del siglo XX y de lo que llevamos recorrido del XXI. Nació el año de la Revolución Rusa y ha muerto en el corazón de la pavorosa crisis del nuevo capitalismo globalizado. Su trilogía La era de la Revolución (1789-1848), La era del capitalismo (1848-1875) y La era del Imperio (1875-1914), a la que hay que sumar su Historia del siglo XX (1914-1991), conforman el más serio, abarcador, completo e integrador recorrido que yo conozca por la historia de los siglos XIX y XX. Historia, en Hobsbawm, quiere decir política y pensamiento, individuos y sociedades, ideologías y creencias, alta cultura y cultura popular de masas, trabajo y ocio, mentalidades y vida cotidiana. El esfuerzo de documentación, reflexión, interpretación y síntesis que hizo posibles estas obras, que admiro y releo desde hace años, es impresionante.
Son la cumbre de Hobsbawm, aunque la personalidad y la obra de este gran historiador desborda de estos cuatro libros. Ningún texto me ha ayudado a comprender la modernidad de determinadas costumbres y fiestas andaluzas, tantas veces erróneamente condenadas por los antiguos regeneracionistas o los modernos progresistas como anticuadas o antimodernas, en la medida en que lo ha hecho La invención de la tradición, un trabajo dirigido y coordinado por él. Alumbró, en el sentido ilustrado de las Luces, y ayudó a pensar hasta el último momento de su vida con ensayos como A la zaga: Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX (2006) o Cómo cambiar el mundo, Marx y el marxismo 1840-2011 (2011).
Porque Hobsbawm era ideológica y metodológicamente marxista. Incluso militantemente, ya que era miembro del Partido Comunista. Pero no era un rígido sectario. Por el contrario, fue uno de los historiadores que flexibilizaron (léase desarrollaron, actualizaron, enriquecieron) el materialismo histórico marxista sin traicionarlo. Además tenía encantadoras singularidades como su afición al jazz, al que dedicó escritos firmados con el seudónimo de Frankie Newton, el trompetista negro y comunista que acompañó a Bessie Smith y Billie Holiday.
En el comunicado familiar que ha dado a conocer su defunción se dice: "Lo echarán mucho de menos no sólo su mujer de los últimos 50 años, Marlene, sus tres hijos, siete nietos y un bisnieto, sino también sus miles de lectores y estudiantes en todo el mundo". Muy cierto. Es el caso de este lector e incansable estudiante de sus obras que les escribe. Léanlo. Sus libros viven.
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