¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La memoria busca los caminos más enrevesados para alcanzarte. Ayer lo hizo en forma de garza. La divisé sobre las tullas de un bloque de la Avenida Bueno Monreal. Caminaba insegura, como si lo hiciese sobre una cama de agua. Detuve mi marcha para observar el milagro y la garza me devolvió la mirada con la misma curiosidad. Es infrecuente ver una de estas elegantes aves de jeroglífico en un entorno urbano tan duro, pese a que abundan a sólo unos pocos kilómetros al suroeste, en Doñana y su entorno. No sé qué complicadas reacciones bioquímicas desató la contemplación del pájaro en mi cerebro, pero poco tardó en venir la imagen de Paco Muñiz, párroco de Villamarinque de la Condesa, señorito y medio gitano, perfil de cuervo aristocrático, con su abrigo azul y su corbata gorda, su viejo traje gris heredado y sus zapatos de punta. Fue Paco (los niños de la Transición no llamábamos de don a los sacerdotes) mi profesor en el Seminario Menor de Pilas, el año que viví en los bordes del Coto. Poco inglés aprendí de este peculiar presbítero, pero sí algunas coplas que él, cura rociero, componía con su guitarra. Recuerdo una que hablaba de los paisajes del camino, de la espesura del monte, la luz del pinar, las garzas volando, la arena de la Raya… palabras que hoy pueden sonar a falsete folclórico, a populismo rumbero, pero que en la garganta de Paco eran pura autenticidad, como su cristianismo bronco y macho.
No pudo tener Doñana mejores embajadores que la garza y el recuerdo de Paco Muñiz justo el día en que nos enteramos de que el trifachito, PP-Cs-Vox, va a registrar una proposición de Ley para legalizar 1.460 hectáreas de regadío en el entorno del Parque Nacional, una nueva herida que, en el dudoso caso de que Europa lo permita, se le infringirá a un espacio al que Aquilino Duque y Caballero Bonald nos enseñaron a considerar como mito fundador. No me extenderé aquí sobre el mucho daño que produce al Coto la sobreexplotación de sus acuíferos, que lo han puesto al borde del agotamiento. Sin embargo, sí quiero levantar acta de la mediocridad y mezquindad con la que la derecha andaluza, tanto la cobarde como la valiente, actúa una vez más en este y otros asuntos. Esta diestra, cuando pone sus pulidas manos sobre Doñana, no se comporta como conservadora, sino como conservaduros, convirtiendo su opción ideológica en una mera oficina de intereses económicos y electorales ajenos a su propia y rica tradición. Defender al último paraíso no es buenismo medioambiental, sino empresa noble y necesaria. Que sir Roger Scruton les perdone. Y Paco Muñiz, también.
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