La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La pesadilla andaluza: un avance nos cuesta un mundo
NO deja de ser extraña la agresión que ha recibido Mario Vargas Llosa desde periódicos que, al menos hasta ahora, se han reivindicado como portavoces del centro-derecha español. Aunque el escritor hispanoperuano escribe en el boletín oficial de la progresía global, a nadie se le escapa su condición de príncipe de la intelectualidad liberal-conservadora (más de lo primero que de lo segundo) hispanoamericana. Vargas Llosa siempre destacó por un coraje intelectual que le llevó a emprender batallas muy impopulares cuando eso que llaman el “mundo cultural” estaba dominado por los mandarines rojos. Tuvo el valor de denunciar la dictadura castrista cuando Cuba era la niña bonita (y abusada) de gran parte de la intelligentsia progresista de ambos lados del charco. No le importó reivindicar y alabar a Thatcher y sus políticas de capitalismo popular durante aquella despiadada guerra en la que la Dama de Hierro reventó y humilló al sindicalismo de clase británico. Ha combatido en centenares de artículos a los populismos americanos. En España, su compromiso con la Constituciónquedó meridianamente claro durante las aciagas jornadas del procés.
Uno, faltaría más, puede estar a favor o en contra de esta trayectoria, pero todo el mundo reconocerá que una persona con tal currículum merece, como mínimo, un respeto de la que se le supone la prensa afín. ¿Se imaginan a un medio de izquierdas ridiculizando a Luis García Montero, dejándose usar como instrumento de venganza de una cortesana?
Mientras que en España andábamos con las cremitas y las nanas de Vargas Llosa, el autor de Conversación en la catedral estaba tomando asiento en el sillón 18 de la Académie, una de las grandes instituciones culturales de Francia fundada en el siglo XVIII por el mismísimo cardenal Richelieu, gran enemigo de España y de D’Artagnan. Es la primera vez que dejan entrar en dicha Academia a un escritor que no usa el francés como lengua literaria, lo cual nos indica que el viejo chovinismo galo está empezando a agrietarse. Lo que no se agrieta ni se erosiona es la mala leche y la grosería hispana, que ha sido capaz de coger a uno de sus mejores escritores vivos, a un Nobel de Literatura que ha pregonado por todos los caminos su amor a España, y denigrarlo con articulitos de portera.
Pero el caballerito de Miraflores no se deja torcer el brazo. Y, para escándalo de algunos, se fotografió junto al Rey Emérito, su invitado de honor en el acto. Dos viejos dinosaurios del heteropatriarcado se abrazan en París. Au revoir les enfants, parecen decir. Nobleza obliga, y don Mario, no olvidemos, es marqués.
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