Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La Boétie compartió con Montaigne época, ideas y amistad. Su libro de título tan explícito, La servidumbre voluntaria, es una de las más apreciables joyas de la literatura política de todos los tiempos. Abrió nuevas expectativas a la libertad humana. A pesar de las dificultades que, en su siglo, implicaba escribir sobre tales cosas, puso todo su empeño, hurgando en el pasado, para explicar, con buen respaldo de ejemplos, qué tipo de organización política permitía a los individuos escapar mejor a la tiranía. Tras razonadas reflexiones concluyó que, en los regímenes con el poder repartido entre varios centros y mandatarios, reina menos despotismo que cuando gobierna uno solo. Depender de un solo señor aumenta siempre el riesgo de sucumbir a mayor servidumbre. En su libro adelantó, con profética lucidez lo que, dos siglos después, otro bordelés, Montesquieu, transformaría en la más perdurable teoría para vivir en democracia y libertad. Así, se pusieron las claves de los sistemas políticos que se disfrutan ahora en la Europa comunitaria. Y, al aproximarse la fecha de votar sus nuevos parlamentarios, conviene recordar aquel libro que, con tanto afán y clarividencia, aconsejaba dividir el poder de los que gobiernan. En el caso español, se goza, desde hace décadas, de un bien distribuido reparto de poderes: primero, regional (palabra que ha caído en un desprestigio no merecido), con un gobierno próximo; después, otro poder para las cuestiones que atañen a toda la nación, y, finalmente, un poder para asuntos más globales dependientes del acuerdo europeo. Vistos desde esta perspectiva, cada uno de esos poderes alienta, vigila o limita el poder de los otros dos. Cada uno de ellos se siente obligado a rendir cuentas ante miradas y jurisdicciones distintas. Para comprobar que esa división de poderes está bien prevista, no hace falta alejarse mucho ni en fechas ni en geografía. En años recientes, uno de esos poderes, instalado en Cataluña ya quiso imponer sus deseos excluyentes de independencia, y en el presente, otro poder, esta vez el Gobierno de la nación, también quiere imponer otros, no lo suficientemente compartidos. Pero frente a iniciativas que presagian un nuevo despotismo en el horizonte, ese otro tercer poder, encarnado por una institución llamada Europa, sirve, como aconsejaba La Boétie, de freno y garantía. Ha permitido, por tanto, a muchos españoles saber que no están solos. Por eso, hay que acudir a votar en estas elecciones europeas.
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