La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
palabra en el tiempo
SI el público, los ciudadanos, fuéramos el profesorado encargado de examinar al alumnado político y tuviéramos la última palabra, el resultado sería infinitamente peor que cualquier informe PISA pues los discípulos nunca superarían el grado correspondiente. ¡Ni un solo aprobado en muchos cursos! Si le diéramos la vuelta y concediéramos el título de profesor a los dirigentes de los partidos y nos reserváramos nosotros el de alumnos, la conclusión sería igualmente desoladora pero no tendría, no tiene, trascendencia práctica. La concesión de examinar a los maestros es eso, una gracia meramente indagatoria que incluye el baremo del CIS pero sin más aspiración que los titulares auxiliares de la noticia principal o la letra pequeña de la pirámide informativa. Y sin embargo, en el examen y calificación de los líderes están contenidas las claves morales, las convicciones no dichas, el tamaño del boquete que separa a los votantes de los votados y el agujero que contiene la imperfección del sistema. También la explicación de las dudas que aún a estas alturas arrastran, según la misma encuesta, el 31% de los electores. ¿Cómo se puede elegir a políticos que carecen de crédito? ¿Qué candidatos son esos que repiten en la cabecera de las listas a sabiendas de su desprestigio? ¿Por qué debemos elegir a los imperfectos?
La última encuesta del CIS no ha dejado dudas sobre la confianza que los encuestados conceden a sus líderes. Recordemos: la mejor clasificada es Rosa Díez, una política que ha transformado su (discutible) encanto personal en su ideología y su seña política. Pero el caso más surrealista es de la segunda mejor conceptuada. Se trata de una desconocida Uxue Barkos, militante de Geroa Bai, una coalición navarra formada por PNV, Atarrabia Taldea y la asociación Zabaltzen que, pese a su relativo éxito (tampoco aprueba), no lograría mantener el escaño que ha ocupado en las dos últimas legislaturas. Y ya atrás, mucho más atrás, décima a décima, llegan los Rubalcaba (4,54), los Rajoy (4,43), el señorito Duran (4,10) o Zapatero (3,30).
Sólo un debate como el de anoche, convertido en un espectáculo mediático, con una discutible influencia sobre el voto final pero tan atractivo como el mejor rifirrafe de La Noria, con un presupuesto digno de una producción de lujo (550.000 euros) y lleno de detalles encantadores (como que el control de las intervenciones se dejara en manos de unos árbitros de baloncesto) puede convertir el descrédito en un rutilante combate a dentelladas (sin mucha sangre) entre la Osa Mayor y la Osa Menor, mientras el resto de estrellas de todas las constelaciones hace público y divide sus opiniones.
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