La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Aunque cuesta separar la vista, ni tan siquiera unos minutos, de la arena política, les invito hoy a hacerlo entre el número circense de los ayuntamientos y el de los gobiernos autonómicos, con la investidura a punto de acceder al vomitorio. Dirijan sus ojos a lo alto, por encima del rugiente graderío, y reparen en una tenue nubecilla, ahora casi invisible, que puede traer aguas polémicas a no mucho tardar.
Quienes me leen con alguna frecuencia saben mi opinión sobre la llamada ideología de género, el último credo de Occidente, impuesto desde arriba por la connivencia de uno de los más poderosos lobbies del momento, el LGTB, cuya insidiosa propaganda no respeta ni los espacios más personales, con políticos de toda laya. Todos los credos religiosos han visto en la expansión asombrosa de esa ideología un peligro para la humanidad, pero la Iglesia católica, quizá por el paralizante estallido en su seno del escándalo más homosexualista que pedófilo, se ha visto lastrada en estos últimos años para hablar alto y claro. Por fin lo ha hecho.
La Congregación para la Educación Católica ha hecho público un documento -Varón y mujer los creó- en el que, en relación con el adoctrinamiento de género en las aulas desde la primera infancia, denuncia sus malignos efectos al inocular una idea falsa de las relaciones entre los sexos, en el seno de la familia y respecto del propio cuerpo y de la condición sexual de cada uno. Finamente y a la vaticana, el documento afirma que "en las escuelas se corre el riesgo de imponer un pensamiento único como científico", y que se pretende "aniquilar la naturaleza mediante la ideología". Pero uno, que no tiene por qué gastar tales miramientos, traduce que en medio mundo está en marcha una gigantesca operación de perversión de menores con el aplauso e impulso de los gobiernos.
La realidad, en España y en todas partes, pero muy especialmente aquí, es que en los colegios, incluso los religiosos, se imponen enseñanzas que repugnan a los mismos niños que se ven sometidos a ellas, unas veces por el temor de los padres a significarse, otras engañándolos acerca de la verdadera naturaleza del adoctrinamiento que reciben sus hijos. Y es preciso alertar de que son los varones quienes, so capa de prevención de comportamientos denominados machistas, reciben el ataque más degradante a su dignidad.
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