¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Amanece. La playa está desierta. El tractor del Ayuntamiento dibuja en la arena intrincadas líneas que los conspiranoicos interpretan como señales extraterrestres que indican la fórmula de la vacuna de la Covid. No sé para qué hay Universidades si abundan druidas y magos merlines. Poco a poco, las sombrillas, alineadas con cierto orden, se asientan al tresbolillo imitando un campo de frutales. La mascarilla es parte del uniforme veraniego. Las hay de todo tipo y color. Quirúrgicas, FPP2, de pico de pato, caseras, estampadas, con bandera, con mensaje, a juego con el traje de baño, nuevas, usadas y arrugadas. Sólo faltan las de croché. Ya no hay abuelas como las de antes. Algunas se ven más ajadas que la barra de madera de una taberna centenaria. Luego están los ciudadanos raros; los que respiran por el codo o por la papada. Y los que se cubren la cabeza porque absorben el aire por el pelo. Una familia señala su zona de seguridad dibujando un surco sobre la arena alrededor de su sombrilla y amojonándola con una chancla clavada en cada vértice del rectángulo. Al menos, no orinan sobre la línea para marcar el territorio. Algo hemos ganado.
De pronto, dos señoras cruzan entre las sombrillas avanzando hacia la orilla. Para ellas no debe existir la pandemia. O lo mismo son inmunes. Que tanto ver series de médicos forma mucho en epidemiología. Van tan pichis como los últimos cuarenta veranos. Se plantan entre dos sombrillas. Si están seguras de que hay dos metros entre ellas y sus vecinos es porque deben creer que el metro no es la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre, como nos enseñaban en el colegio, sino lo que va de aquí a allí y tiro porque me toca. Como se les recrimina, se acercan a la orilla. Ahora molestan a los que pasean. Llegan dos jóvenes vigilantes y les dicen que tienen que estar a seis metros del agua. "Aquí hay más de seis metros", contestan. Definitivamente, confunden el metro con la cuarta, el palmo, el codo o la vara castellana. Les indican que se vayan hacia atrás y empieza el rosario de quejas. "Nosotras pagamos impuestos, vivimos aquí. No como los domingueros…" Retórica de chichinabo, argumentos clasistas y cerebros de mosca.
Por eso, siempre hay que recordar al profesor Cipolla: el estúpido es más peligroso que el bandido y cuando toma una decisión provoca pérdidas a los demás y a sí mismo. No hay más. Lo triste es que estamos rodeados.
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