La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Uno de los mejores polemistas de Pablo Iglesias, Mayoral, ha dicho que es intolerable comparar el asalto a la colina del Capitolio en Washington con el cerco al Congreso de Madrid en 2016. Dos investiduras, dos parlamentos asediados y muchas diferencias, pero quizá pertinente la comparación. Todos los populismos son innobles; de extrema derecha o izquierda radical. No es sana su manía de dividir el mundo en buenos y malos. Los buenos son ellos, porque defienden la democracia. Los malos los demás, que la ponen en peligro. Después de su vergonzoso papel empujando a sus seguidores a asediar el Congreso, Trump ha cometido la infamia de descalificar a los asaltantes. Dos meses y cinco muertos después de las elecciones, por fin admite su derrota.
No están mal traídas las referencias a episodios nacionales de nuestra joven democracia. La Monarquía parlamentaria española ha sufrido embates duros. El mayor fue el asalto al Congreso en febrero de 1981 durante la investidura de Calvo Sotelo, en un golpe de Estado militar que el secretario de Estado de Reagan, el general Haig, consideró "un asunto interno español". Por el contrario, ahora el conato de sedición en Estados Unidos, por el que se pretendía impedir la definitiva proclamación de Biden como presidente, ha sido condenado por todos los partidos españoles menos por Vox. El populismo ultranacionalista hispánico es muy condescendiente con los nostálgicos de la dictadura y con Trump.
El bloqueo del Parlament en junio de 2011 para impedir un pleno obligó a sus señorías a ir en helicópteros y furgones policiales. Y los diputados que llegaron a pie fueron insultados o agredidos. Un precedente de los sucesos de septiembre y octubre de 2017 y la declaración de independencia de Cataluña. El populismo ultranacionalista catalán reclama ahora una amnistía para los jefes de la insurrección y se conformaría con el indulto que el Gobierno prepara, igual que Trump ha indultado a su consuegro de 16 delitos fiscales. Otra presión contra un Parlamento fue la de octubre de 2016, convocada entre otros por Podemos, con la que se rodeó el Congreso durante la investidura de Rajoy. A la salida se injurió y se lanzaron objetos a algunos diputados.
Los de manifestación y expresión son derechos fundamentales, pero agitar la calle contra el poder legislativo con la excusa de defender la democracia es peligroso. Nadie tiene el monopolio de la razón en una democracia. Tampoco hay populista bueno; si llegan al poder todos acaban practicando el despotismo con mayor o menor descaro.
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