¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Se imagina levantarse una mañana y que no haya ni un solo medio que le cuente lo que ocurre en su ciudad? Lo más cercano, lo que realmente le afecta y le importa. En Estados Unidos hay 204 condados que lo vivirán en apenas un año. Ahora quedan unas 6.000 cabeceras (había casi 8.900 en 2005) y, de los periódicos restantes, la mayoría (4.790) sólo se publican una vez por semana. El informe lo acaban de presentar en la Escuela de Periodismo Medill de Northwestern: Estados Unidos habrá perdido a finales de 2024 un tercio de los periódicos. El golpe para el empleo va en paralelo: ya se han amortizado casi dos tercios de los periodistas (43.000) y no es por culpa de los robots (no solo).
Por si el impacto del cambio climático no era suficiente, con ese galopante proceso de desertificación que tan de cerca estamos viviendo en Andalucía, el mundo de los medios nos vuelve a situar en una paradójica encrucijada: nos ahogamos de noticias en unas partes del planeta (demasiado ruido y banalidad) y nos quedamos a oscuras en otras. “Desiertos informativos” lo llaman; “news deserts” para los amigos de lo chic anglosajón.
Cuanto más globales nos hacemos, más perdemos el norte. Minorías, colectivos vulnerables y personas con bajos ingresos están en la diana de estos nuevos desiertos que no son sino un trampolín para el populismo, la polarización y la manipulación. Hablamos de la España vaciada pensando en el repliegue de los bancos pero nos olvidamos de que todo el engranaje de nuestra democracia se sostiene sobre un gigante (la industria de los medios) con pies de barro.
Compre, lea, cuide el periódico que tiene entre las manos. Le estamos contando el acuerdo histórico de Doñana, pero compaginando la mesa camilla de los despachos con las consecuencias reales a pie de barrio. Es solo un ejemplo. Llevo dos años viajando por trabajo a Madrid y les puedo asegurar que las noticias no se ven igual, no son las mismas, a un lado y otro de Despeñaperros.
No es ombliguismo. Y no tenemos que llegar a los bulos para preocuparnos. Vivimos en unos entornos que basculan entre los “significados flotantes” y los “significados vacíos”. Se lo traduzco: el mensaje es tan ambiguo e interesado que puede decir una cosa y la contraria. Pero los titulares, las noticias, necesitan contexto y conocimiento (de proximidad). Con el mayor respeto a mis colegas de los medios nacionales, ¿se imaginan una mañana en que no tengamos más voz que la suya? ¡Qué sed!
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