¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
El análisis
DURANTE todo el intenso proceso de descentralización política y administrativa que España ha experimentado durante los últimos 25 años, varias ideas, compartidas por políticos y ciudadanos, han estado presentes desde su inicio. Disponer de poder político local, acompañado de presupuestos públicos que fomentaran actividades ya existentes o promoviesen nuevas iniciativas, se pensaba -y se sigue pensando- que permitiría ejecutar políticas económicas más acertadas, controladas localmente y que estimularían el desarrollo regional; en unos casos para aumentar las diferencias respecto de la media nacional, en otros, para converger con esa media.
En todo este proceso, subyacía la idea de que el poder central iba a sufrir un notable debilitamiento, porque la descentralización política es un juego de suma cero: lo que unos ganan, otros pierden. En este caso, las comunidades autónomas ganaban, mientras que el Gobierno central, ubicado en el centro geográfico, perdía. ¿Ha tenido todo este proceso el resultado que muchos habían previsto o deseado, de manera que la capital de España, Madrid, ha perdido peso político y económico como consecuencia de la implantación del Estado de las Autonomías?
Respecto de la primera cuestión no hay lugar a dudas. Durante el franquismo, el poder estaba concentrado casi en su totalidad en Madrid, mientras que en las provincias eran los caciques locales en su versión moderna -alcaldes, presidentes de diputaciones- los que administraban el poder que emanaba desde el centro político. Hoy contamos con 17 centros que ejercen el poder -democrático- dentro de sus respectivas jurisdicciones. El Gobierno central, desde Madrid, cuenta hoy con mucho menos poder que antaño.
Sin embargo, la descentralización política no ha deparado como consecuencia el debilitamiento económico de la capital de España. Antes al contrario, Madrid se ha convertido, a pesar del intensísimo proceso descentralizador, en una de las capitales económicas más importantes a nivel internacional y se ha alejado -no por abajo, sino por arriba- del resto de España. ¿Resulta paradójica la divergencia entre la evolución económica y la política? El análisis comparado no responde afirmativamente en todos los casos, porque Ottawa, Washington D.C. o Bonn son económicamente insignificantes en los respectivos países de los que son capitales.
Sin embargo, el proceso autonómico español, con todos los anhelos, ilusiones y mejores intenciones, ha adolecido de una enfermiza mirada hacia el interior, hacia nosotros mismos, y de una exagerada fe en la capacidad de los gobiernos autonómicos para resolver todos los problemas, cualesquiera que éstos fueran. Frente a esa actitud, existen otras más abiertas, con miradas más amplias hacia un futuro más profundo -más allá de los cuatro años que median entre elecciones- hacia la arena internacional, conscientes de los profundos cambios que están sucediendo en otras geografías, de las modificaciones tecnológicas que están transformando el mundo, de la importancia de mirar hacia adelante, de la imprescindible obligación de competir -palabra que molesta a tantos-, de perder complejos ganando seguridad con los propios éxitos. Y de una característica fundamental que ha jalonado todo el extraordinario proceso de transformación de Madrid: la ciudad abierta que acoge a todos, sin importar si se es de Andalucía, del País Vasco o de Suecia. Esta actitud y estas características han tenido lugar con independencia del partido que ha gobernado la alcaldía y la comunidad.
El tamaño alcanzado y la diversa procedencia geográfica permiten que gane mucha fuerza una característica fundamental de casi todas las sociedades prósperas: el anonimato en las relaciones profesionales, el juzgar a la gente por lo que hace, no por lo que tiene, el ofrecer oportunidades basadas en el mérito, no en la afiliación o el linaje.
Es cierto que la existencia previa de grandes empresas públicas ha facilitado notablemente el crecimiento económico y la internacionalización. Pero sin la privatización de esas empresas, y el esfuerzo, formación y ambición de todos esos empleados y organizaciones, el desarrollo y proyección internacionales hubiesen sido imposibles.
Por razones profesionales, tengo que ver en ocasiones a profesionales de otras partes del país que se aproximan con la intención de obtener algo por algún motivo relacionado con su tierra. Esas actitudes suceden en todas partes. Pero en una sociedad abierta, cosmopolita, con intención y ambición de hacer las cosas bien, porque está sometida a una presión competitiva, esas actitudes fracasan. Y cuando triunfan lo hacen sólo a pequeña escala y de forma temporal; no tienen garantizadas su permanencia en el tiempo.
Este elogio de Madrid -como José Asenjo también ha apuntado en este diario- reside en la diversidad, la mirada al mundo exterior, la variedad de culturas, la asimilación e integración, la adaptación al cambio, la atracción de los mejores profesionales que interactúan continuamente en los mercados internacionales y de los que se aprende, atributos que configuran una ciudad moderna que mira al futuro con optimismo y confianza en sí misma.
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