La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
La ciudad y los días
ANDRÉ Gide escribió en su Diario: "Creo verdadera, trágicamente verdadera, esta frase de Alfred de Vigny, que parece sencilla sólo cuando se la cita sin comprenderla: 'Una hermosa vida es un pensamiento de juventud realizado en la edad madura'. Poco me importa por lo demás que el mismo Vigny no haya visto quizá en ella toda la significación que yo le doy; es una frase que hago mía. Muy pocos de entre mis contemporáneos han permanecido fieles a su juventud. Casi todos han transigido. Es lo que llaman 'dejarse instruir por la vida'. Han renegado de la verdad que habitaba en ellos".
Lo recordaba el lunes pasado sufriendo el nuevo programa "para jóvenes" de Antena 3 No es programa para viejos, sobre el que recomiendo lean los dos artículos que le dedica en su web (www.rafaelrobles.com) un profesor que fue invitado a participar en él y salió pitando cuando se dio cuenta de qué iba la cosa ("Sois -les dice a los responsables- una panda de impresentables embusteros, sin freno moral alguno, que intentasteis que participara en este laxante audiovisual arguyendo que era algo serio y didáctico. Sólo me apetece mandaros a coser puñetas y desear que nadie encienda el televisor a la hora de vuestro necio programa para que se lo lleven los vientos al basurero más pestilente del planeta con la seguridad de que, por inverosímil que parezca, conseguirá aumentar el hedor con su llegada". Lo recordaba también viendo el viernes Ola, ola en Cuatro, una especie de Callejeros playero que nos introdujo, entre otros infiernos de vulgaridad, en una despedida de soltera gaditana de la que aún me estoy reponiendo (tampoco estaba mal la versión masculina en un catamarán canario, pero le ganaban las gaditanas).
Al contrario de lo que Gide deseaba, lo peor que podría pasarnos es que los pensamientos de los mozos y mozas retratados por estos programas (y por tantos otros, desde OT a Gran hermano) se vieran realizados en su edad madura. Si así fuera el futuro sería algo muy parecido a Las 120 veinte jornadas de Sodoma de Sade en versión gran superficie. Porque no hemos logrado democratizar (hacerla accesible y deseable a través de la universalización de un exigente proyecto educativo) la alta cultura que era patrimonio de las clases altas del Antiguo Régimen, pero sí sus vicios. La promoción y exhibición de esta grosera estupidez toscamente viciosa (nada que ver con el hedonismo clásico) se ha convertido en un formidable negocio a la vez que en un eficaz medio de sometimiento. Ya lo decía un aristócrata de Sade: "El libertinaje, al ocupar a los ciudadanos, les distrae de las revoluciones".
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