¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
No toquen la Semana Santa. Déjenla como está en todos los pueblos de Andalucía. Así es la rosa. Con su belleza y sus espinas. Olvídenla en sus discursos buenistas. La Semana Santa es insustituible. No existe alternativa alguna. La fe, el sentimiento y la memoria no admiten sucedáneos. No pasa nada porque no haya procesiones en dos años. Con el no se educa y también se gobierna. No hace falta que nos vendan ningún crecepelo, no hace falta que nos prometan el paraíso de fórmulas compensatorias. No las hay, no existen. Que se lo pregunten al padre que viste al hijo de nazareno mientras reza un Padrenuestro, al tío que viste al sobrino mientras le ajusta el traje de paje y reza un Avemaría por los padres separados; que se lo cuestionen a los amigos que se llaman cada año con el esparto ya ceñido para desearse buena estación de penitencia minutos antes de que Jesús Nazareno salga por todos los pueblos de Andalucía en la noche del Viernes Santo. La Semana Santa es más, mucho más que sacar imágenes. Sólo a los niños les está permitido jugar a los pasos. Dejen los políticos de prometernos lo imposible, de vendernos luz en el túnel de la oscuridad. No es necesario. No hace falta. Saquen la Semana Santa de sus discursos, salvo que sea para garantizar la seguridad. Estamos acostumbrados a los efectos de la lluvia, sabemos de sobra quedarnos en casa hasta dos o tres años seguidos. No hay nadie más resignado que un cofrade andaluz. No pasa nada por estar dos años sin Semana Santa. Lo sufrieron nuestros abuelos. Nosotros lo padeceremos como ellos. Enseñaremos a nuestros hijos que no se vestirán de monaguillos, de paje o de nazarenos porque el mundo necesita pararse para velar por la salud de los más frágiles. Y la vida consiste en eso: en renunciar a lo que creíamos sólido, en ser solidarios con quienes peor lo pasan, en no dar nada por hecho, en ganarse y agradecer cada día el bienestar que nos ha sido dado, y que sus bisabuelos se quedaron dos años seguidos sin Semana Santa por razones distintas. Las imágenes nos esperan siempre en sus altares, jamás nos abandonan aunque no vayamos a verlas, podemos rezarles tanto en estampas y azulejos como en sus templos. Tendrán que acostumbrarse a un mundo de incertidumbres. Sabrán distinguir entre el mundo real, donde todo se puede desmoronar en un minuto, y el ficticio, que suelen ventear los políticos de todo signo con su propaganda. Dejen la Semana Santa en paz. Jesús Nazareno abraza la cruz todo el año en su altar. A muchos nos basta con esa estampa, la más hermosa, la más ajustada a la vida que nos ha tocado vivir. La imagen más preciosa nunca vista.
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