Defensa de la guayabera y distancia contra el mal aliento

Se aleja usted de su interlocutor en un acto social y el tipo se vuelve a aproximar y le somete a un suplicio

Defensa de la guayabera y distancia contra el mal aliento
Defensa de la guayabera y distancia contra el mal aliento

08 de julio 2022 - 04:00

El verdadero cambio andaluz podría consistir en que se impusiera la guayabera en todos los actos institucionales del calendario político-institucional. Uno mira la calle en hora punta y contempla la mayoría absoluta del personal (“suficiente” en el argot neomoderado) en pantalón corto, camiseta y chanclas que pareciera que todo el mundo se acaba de bajar de un galeón pirata, al menos en las cinco provincias que disfrutan de costa, o directamente son polizones. Recuerdo un acto en el Patio de la Montería del Real Alcázar de Sevilla en el verano de 2021 en que el presidente Moreno saludó especialmente al rector de la Universidad hispalense por haber sido el que había acertado al asistir con guayabera. Sí, señor. No nos terminamos de creer que la etiqueta en los actos institucionales de verano en nuestra Andalucía es la cubana, guayabera o sahariana. En nuestra tierra hace un calor terrible e insoportable la gran mayoría de los días, pero nos empecinamos en una estética de corbata que, curiosamente, no casa con la cultura imperante del confort.

El mismísimo rey de España visitó Sevilla y Córdoba hace dos años tras el fin de las restricciones de la pandemia y lo hizo con una elegantísima guayabera. Aquella vez que una cateta de Podemos denunció en público que Felipe VI acudía a los barrios pobres de Andalucía con la “camisa por fuera”. Un minuto de prudencia le habría bastado para consultar las imágenes sobre el uso de la guayabera, incluso por parte de los celebérrimos líderes de la revolución cubana.

El caso es que no nos acostumbramos a aceptar la cubana como sustitutivo de la engorrosa chaqueta y corbata, como no admitimos el peñazo que supone soportar el mal aliento de quienes te castigan hablándote al oído en los canapés que, ahora sí, han vuelto con fuerza. Aguanta usted un acto social en este julio andaluz y tiene que soportar que ya nadie guarde la distancia mínima no ya por recomendación ante el Covid, sino sencillamente por una cuestión de respeto al espacio vital. Se aleja usted tímidamente y resulta que su interlocutor no advierte el sentido de su maniobra y se aproxima de nuevo para desgracia de su olfato y de sus fauces. Entre la chaqueta, la corbata y el mal aliento del personal, está usted condenado a pasarlo mal en bodas, bautizos y comuniones. La mascarilla era una protección no sólo ante el virus, sino ante tanto ciudadano que parece que no ha dejado de comer pescado frito sin lavarse los piños en el último mes. Se aleja uno discretamente y el interlocutor se aproxima de nuevo. Nadie reconoce que le huele la boca a catacumba. Nadie se percata de que necesitas el mínimo espacio vital.

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