¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El estilo de los viejos profesores
La ventana
HACÍANSE eco los papeles más genuinamente sevillanos de que tal día como el de ayer, de la Virgen del Pilar y de la Hispanidad, antes de la Raza, se cumplía un cuarto de siglo de la despedida de un gran torero. De un torero, como esos periódicos que recordaban la cosa, genuinamente sevillano, tremendamente sevillano y que puso el toreo de frente. Iba Manolo Vázquez aquella tarde del Pilar de 1983 vestido de oro y de azul del cielo de Sevilla, ese color tan indefinible y tan inigualable en las tardes limpias de nubes y ya con la pátina que pone el otoño. Fue la despedida más grande jamás soñada, algo que ni a echarse a imaginar el más optimista de sus partidarios. Nunca un adiós tan espectacular, nada parecido por el contenido y por un continente que el Brujo supo cuidar con meticulosidad. Hizo ayer veinticinco años de aquel suceso y bien que lo rememoraron los más sevillanos altavoces de la ciudad.
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