El David de Miguel Ángel

Se pudo errar en la identificación de los verdugos, la de las víctimas está clarísima

15 de mayo 2024 - 00:45

Cada vez que oigo sus nombres pienso en el David de Miguel Ángel, ese emblema escultórico tan unido a Florencia como la Divina Comedia de Dante, el río Arno o los duelos entre güelfos y gibelinos que aparecen en las crónicas de Maquiavelo. Uno se llamaba David y el otro Miguel Ángel, como el personaje y el artista de la maravilla de Michellangello Buonarrotti. Piensas en otra genialidad del decorador de la Capilla Sixtina, en la Piedad que asombra a todos los que la ven en el Vaticano.

David Pérez Carracedo tenía 43 años, había nacido en Barcelona y formaba parte del Grupo de Acción Rápida. Miguel Ángel González Gómez tenía 39, natural de San Fernando, del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas. De dos promociones de la Academia de la Guardia Civil de Baeza, esa Sorbona andaluza de Antonio Machado. A David y a Miguel Ángel los ejecutaron sin Piedad ante un público furtivo ávido de morbo, de sangre, de venganza, de rencor. Como en los autos de fe o en el fervor homicida de la guillotina. Dejaron dos viudas y tres huérfanos.

Las investigaciones han dado un vuelco en la autoría de estos asesinatos con premeditación, nocturnidad y alevosía. Pero para el dolor de sus familiares esa casuística es irrelevante. Nadie les va a devolver la vida a sus seres queridos. Se ha errado en la identificación de los verdugos, la de las víctimas estaba clarísima. Dos sudarios de dos agentes de la Guardia Civil que dieron su vida por España y por tantos compatriotas porque esas narcolanchas, por el comercio al que se dedican, son máquinas de matar. Después de los atentados del 11 de marzo de 2004 en los trenes de Madrid, entrevisté al filósofo Agustín García Calvo en pleno rifirrafe político de acusaciones. Me dijo algo que ha vuelto ahora a mi memoria: “Se buscan culpables para no encontrar la culpa”.

ETA asesinó a más de doscientos guardias civiles. Es una institución que ha sido golpeada con saña por los enemigos del Estado de Derecho. A veces se les ningunea, se banaliza su trabajo, se les expulsa como apestados, objeto de una muerte moral que muchas veces, como le ocurrió a David y a Miguel Ángel, se corporeiza en muerte física, real, irreversible.

La fascinación de Lorca por los gitanos tuvo el contrapeso de la presencia en su poesía de la Guardia Civil como malos de cachiporra. Unos y otros son los güelfos y gibelinos de la España lorquiana. Los primeros versos de su poema Reyerta, “En la mitad del barranco, / las navajas de Albacete, / bellas de sangre contraria, / relucen como los peces”, son menos conocidos que el final: “Señores guardias civiles: / aquí pasó lo de siempre. / Han muerto cuatro romanos / y cinco cartagineses”. Igual que en Poeta en Nueva York hay en su primer verso un aliento profético del 11-S, Asesinado por el cielo, el poema Romance sonámbulo suena a preludio de la tragedia de Barbate: “Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar. / Y el caballo en la montaña”. Piedad para David. Piedad para Miguel Ángel. Que paguen los culpables, pero que no quede impune la culpa. Que no pase lo de siempre en estas nuevas guerras púnicas con el barco sobre la mar y el caballo en la montaña.

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