La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
YA habrán visto el último anuncio de Cruzcampo en el que una muñequita de Marín toma vida cual novia de Frankenstein y sale al mundo a correr aventuras con su traje de gitana por bandera. Está en la línea del anterior spot de la conocida cerveza en el que se resucitaba a Lola Flores para animarnos a extremar nuestro acento meridional. Ambos nos presentan una Andalucía flamenquista y racializada (es decir, agitanada), con un toque macarra de grandes tatuajes, melenudos y bragas colgadas en los tendederos para disfrute de los viandantes. No sé que hubiese pensado de este anuncio Antonio Mairena, pero es divertido y durante la intervención estelar de Camarón cantándole a la birra de nuestros amores dan ganas de marcarse una pataíta. Ahora bien, eso no tiene nada que ver con la identidad andaluza (si es que tal cosa existe), como algunos entusiastas quieren hacer ver. Todos conocemos a muchos andaluces que detestan el flamenco o a los que, simplemente, no les interesa. En particular me acuerdo de uno que cada vez que veía a un cantaor desgañitarse por soleares decía: “yo he debido nacer en Southampton”.
No deja de ser curioso que una bebida alemana que llegó en 1915 a Sevilla de mano de dos hermanos de apellido inglés, Roberto y Tomás Osborne, se anuncie ahora como la ambrosía del gitanismo andaluz. También son llamativos los ya mencionados planos de Camarón cantándole a la espumosa sevillana: “Cruzcampo yo no me quito/ de la Cruzcampo yo no me aparto”. Debe ser de las pocas coplas flamencas dedicadas a la cerveza, pues lo normal es que, en este arte, los piropos o reproches se dediquen al vino y el aguardiente, bebidas habituales en esos viveros de lo jondo que fueron las tabernas, colmaos y tabancos.
No sé muy bien si el flamenco es parte irrenunciable de la identidad andaluza, pero sí que es difícil comprender la antropología sevillana sin desentrañar las claves del culto a la Cruzcampo. Es un fenómeno relativamente moderno y muy vinculado al desarrollo de la tecnología del frío y la sociabilidad callejera. Muchos hemos llegado a conocer a hombres que despreciaban la cerveza como algo propio de gentes sin civilizar, sénecas sentenciosos que solo pimplaban cañas de manzanilla y morapios criados al norte del Guadiana. Sin embargo, las últimas generaciones han convertido la cerveza en la bebida tartésica por excelencia y sienten como un insulto esas campañas finolis que pretenden desprestigiar la cerveza del gran Gambrinus y en las que se ve la mano oculta de la competencia. No hay dudas: en cuestiones sevillanas, la identidad eres tú, Cruzcampo.
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