La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Sevilla/Desde la planta alta del restaurante de la Judería se aprecia con nitidez el trasiego de las habitaciones del hotel de dos estrellas de enfrente. Unos entran, otros salen. El movimiento es continuo. El comensal se da cuenta de la desaprobación que provoca el ruido en su compañero de mesa. “Es molesto, pero ten claro que Sevilla no sería la ciudad que es si no fuera por el turismo. Ni Sevilla... ni Venecia. Los negocios no se mantendrían abiertos, los monumentos no se podrían mantener como se mantienen. La ciudad sería otra. Esa ciudad cotidiana que consideráis robada por los turistas no existiría. Sería pobre, peor conservada, muy diferente. ¿Tú te has parado a ver las fotos de la Sevilla de los años 70 u 80? Era una ciudad fea”.
Una mujer sale semidesnuda al balcón de la habitación. El hombre que la acompaña se peina sin importarle el discreto público del restaurante. Pareciera que a la una y el otro les da exactamente igual tener testigos, se comportan como si estuvieran solos. “¿Qué sería de la Catedral sin los turistas, esperando a que cayera el dinero público para obras de conservación? Es una maravilla ver la cola que hay en el Alcázar cada mañana desde media hora antes de que se abra al público. Y que haya 200.000 visitantes en la Casa de Pilatos, que hay días que la cola se mete por la calle Caballerizas. Tenemos la Catedral que tenemos o la Casa de Pilatos que disfrutamos gracias a los turistas, como es posible una plaza de toros exquisitamente cuidada gracias al público que paga por entrar en los festejos. Es que no hay otra clave. Muchas veces oigo y leo las quejas por las colas de espera en un bar, que si los sevillanos ya no podemos entrar en el Rinconcillo, que si hemos perdido nuestros sitios habituales e incluso nuestros hábitos. No se te olvide nunca que sin turistas lo que tendríamos es la tristeza que rima con la pobreza. Tenemos que seguir luchando para estar en ese grupo de grandes ciudades con mucho, muchísimo turismo”.
El humo de los cigarros de los viajeros se mete en la sala. Las fachadas están descaradamente próximas. Los balcones están abiertos de par en par. Se aprecia una maleta despanzurrada, desordenada y encima de una cama pequeña. La decoración es aséptica. “No me cuentes si los antiguos corrales de Triana se han convertido en apartamentos turísticos o si también lo hacen despachos profesionales. Y no vaticines más que vamos camino de ser la Venecia del Sur de España. ¡Claro que sí! Es que se trata de eso. Y soy igual de sevillano que tú. Es lo que tenemos. ¡Y menos mal! El debate es riqueza o cutrería. No nos peguemos el tiro en el pie”. La mujer se ha vestido y el hombre sigue en el balcón. Nos mira, ahora sí, y cierra las puertas con brusquedad.
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