Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/Debía ser la típica charla breve que marca los reencuentros de cada septiembre. A lo sumo un par de comentarios sobre el agosto, las olas de calor y la carestía de la cesta de la compra. Pero de pronto comenzó una confesión con todos los ingredientes de un análisis sociológico. “He decidido vender el piso de la playa. Llevo más de veinte años con el apartamento que bien conoces, pero ya no aguanto más. No me echan los días que sopla el levante, que sabía de sobra que los sufriría cuando compré la casa, desde la que siempre recordaré que en 2016 vi el despegue del Air Force One desde la base de Rota. Me voy harto de la gente. Sí, estoy hasta las narices del personal que no cumple las más elementales normas de convivencia, que no saben los límites que deben regir cuando se comparten zonas comunes como los pasillos, vestíbulos y, por supuesto, la piscina. Que no pueden pagar los recibos de la comunidad porque no debieron nunca comprar una segunda residencia que no se podían permitir, gente a la que debieron vender en su día que tenían derecho a todo en lugar de tener claro que no se puede gastar más de lo que se ingresa. Sé que ahora los tipos de interés están altos, pero confío en deshacerme pronto de lo que hace veinte años fue un sueño y se ha convertido en una pesadilla.
Las playas se han degradado porque se han masificado. Al final ocurre como con la Semana Santa que tanto amas: mucha gente y con escasa educación. No puedo aguantar más la sensación de llegar a la playa con el coche y saber que tengo que meterme en una auténtica escuela de convivencia donde he de adaptarme a los malos modos del prójimo para sencillamente poder sobrevivir. Se supone que vengo a descansar y no a tensionarme. No te puedes hacer una idea de lo que supone convivir con gente que no quiere renunciar a algo que no se puede costear y que, eso sí, se aprovechan de los servicios comunes que unos cuantos sí pagamos con nuestro esfuerzo. Algunos llaman clasismo a lo que simplemente es buena educación. Yo me voy a marchar en cuanto pueda, prefiero pocos días en un hotel con todo hecho que este suplicio. Al menos en un hotel tengo una recepción en la que quejarme. No me compensa ya la contemplación del mar desde la terraza mientras oigo gritos, me cruzo con tipos semidesnudos en el ascensor, no se respetan las horas del sueño, la asamblea anual de vecinos es una tortura y la piscina, já, es el lugar donde se encumbran las malas maneras, un territorio sin orden y sin ley. De verdad, no puedo más”. Escuché con paciencia y mucha atención. Pensé: otro más a la sierra a disfrutar de las ovejitas. La playa en verano es como la Nochevieja. Saca la peor versión del género humano.
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