¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
LA credulidad de la gente es siempre preocupante, y más si puede afectar a su salud. Los llamados complementos alimenticios forman parte ya de la dieta de muchos españoles, convencidos de que en general mejoran su cuerpo y su espíritu, y que si en algún caso no es así, al menos resultan inocuos.
Va a ser que no. Según un reciente informe de nuestras páginas de Salud y calidad de vida, nos gastamos cientos de euros en comprar, en farmacias, parafarmacias, herbolarios y hasta gimnasios, productos para frenar la calvicie, contra la pérdida de peso e incluso en prevención de diversas enfermedades. Píldoras, ampollas y cremas que usamos con devoción, convencidos de que, puesto que están autorizados y publicitados, han de ser saludables y de beneficio contrastado. Es lo que cree un 83% de los españoles, según encuesta de una organización de amas de casa y consumidores.
Cuatro de cada cinco piensan que su eficacia está probada científicamente, y nada más lejos de la realidad. Los fabricantes y distribuidores inducen a su consumo apelando a la naturaleza: a los usuarios se les ha metido previamente en la cabeza la idea de que todo lo que es natural es maravilloso, y partir de esta premisa se les hace creer que a un producto a base de hierbas o plantas ya se le presupone un carácter saludable y benéfico. La nutricionista Paula Saiz pone un ejemplo: se convence al público de que el hierro es buenísimo para evitar la caída del cabello, pero no se le avisa simultáneamente de que un exceso de hierro puede resultar dañino.
Lo más dañino que se conoce es, sin embargo, la ignorancia, puerta de entrada para numerosas desdichas. Si uno se deja llevar por ella y se le suman la lógica pulsión por la propia salud, ciertas modas que tienen más que ver con la estética que con la salud misma y el interés de fabricantes de ilusiones por la vía de los fármacos, el resultado es a menudo el consumo indiscriminado de complementos y suplementos que, más que complementar y suplementar, restan. Lo cual vale también para esa multitud de derivados lácteos de los que se venden propiedades cuasimilagrosas y más falsas que Judas.
En fin, nadie debería adentrarse en este territorio de la automedicación, sino acudir al facultativo de guardia, que es el que sabe lo que cada paciente necesita, incluyendo la posibilidad de que el paciente no sea tal y que en realidad lo que persigue no se alcanza con complementos "naturales", ni siquiera con medicamentos tradicionales. Si se estropea el desagüe hay que llamar al fontanero, y si te salen goteras, al albañil. Pues con la salud, lo mismo. No pretendas arreglarte las goteras del cuerpo comprando lo primero que te ofrecen los industriales de la curación ilusoria.
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