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Rafael Padilla
La paradoja de la privacidad
Yo quiero ser llorando la hortelana de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma, tan temprano". Se me ha muerto, se nos ha muerto, la Calleja, una mujer que ha sido parte esencial de mi vida, y de la de otras muchas personas, desde hace muchísimos años. Le di clases de Derecho, formamos parte de la célula de Universidad del PCE, en los inicios de la Transición y, desde siempre, hemos tenido una vida tan compartida que me cuesta trabajo distinguir la suya de la mía. Solo sé que, con inmenso dolor, me falta una parte de mí y que hemos perdido con ella a una mujer excepcional y diferente.
Cuando el PSOE ganó, por mayoría absoluta, las primeras elecciones en Andalucía en 1982, antes que Felipe González lo hiciera en España, formamos parte de aquel primer Gobierno andaluz, con Rafael Escuredo como Presidente, yo como consejera de Presidencia, la única mujer, ella y Charo Peral como directoras generales conmigo. Las tres proveníamos del PCE, y junto a Carmen Gago, Cristina Narbona y Chiqui Gutiérrez del Álamo fuimos las seis primeras mujeres altos cargos de la Junta de Andalucía. Empezamos a hacer realidad la autonomía andaluza y la igualdad entre hombres y mujeres.
El currículum de Carmen es de no creérselo: licenciada en Derecho y funcionaria por oposición del Ayuntamiento de Sevilla, hizo másteres y cursos de toda naturaleza; ocupó cargos diversos en la Administración autonómica y municipal, desde jefa de Gabinete del presidente Borbolla a viceconsejera de Gobernación y Presidencia; presidenta del Consejo Social de la UPO en la actualidad; primera y única mujer gerente de Tussam; diputada en el Congreso; gobernadora civil de Jaén, cuando fui delegada del Gobierno en Andalucía; directora de Instituto Andaluz de Administración Pública; consejera de la RTVA y un largo etcétera. Hemos compartido columna quincenal en este Grupo Joly durante más de dos años.
En fin, una vida entera dedicada a lo público, aunque también trabajó en instituciones sociales: presidenta de la Cruz Roja; en la directiva del Ateneo de Sevilla, al que quiso, sin enfrentamientos, modernizar, sin mucho éxito, y en la empresa privada, a la que también valoraba, porque sabía que, para que hubiera crecimiento, eran necesarios los empresarios productivos, no los especuladores. En todas partes destacaba por su aguda inteligencia y su capacidad para resolver problemas, que era lo que siempre intentaba.
Fue, sin duda, una mujer distinta en muchas cosas: inteligente, ocurrente, difícil e irrepetible. Cambió, a mejor, cuando, hace 12 años, le diagnosticaron una "enfermedad rara"; lo pasó mal al principio, pero luego se reía de todo, lo primero de ella misma, y nos decía: "Yo no puedo tener otra cosa que una enfermedad rara". Fue consciente, desde el primer momento, de la gravedad de lo que tenía, pero lo aceptó y vivió con su enfermedad con la más absoluta normalidad, excepto al final, pero peleó hasta el último suspiro por vivir y hacerlo con la lucidez que siempre la caracterizó. ¡Se hizo más grande y ocurrente que nadie!
Con Sevilla, su Sevilla, he pensado, en ocasiones, que le pasaba algo similar a lo que ocurrió al grandísimo poeta, casi siempre maldito, Luis Cernuda, que siendo ambos muy sevillanos, a sus paisanos no les gustaban. Lo diré con palabras del poeta: "No me queréis, lo sé, y que os molesta / cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. / ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? / Porque no es la persona y su leyenda / Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve."
Carmen amaba a Sevilla y a sus tradiciones, pero no soportaba ese sevillanismo rancio ni acrítico que tanto abunda entre nosotros. Su condición humana era tan desorbitada que no siempre fuimos capaces de entenderla en toda su radicalidad y grandeza. Tuvo muchos amigos y, sobre todo, amigas; fue fundadora de La comida de los lunes, reunión de mujeres profesionales, periodistas y políticas, que aún perdura, y en donde hemos pasado momentos maravillosos oyendo sus opiniones y discutiendo a tope. ¡Cómo le gustaba un buen debate! Tuvo pocos amores; el mayor de su vida, sin duda, su hijo Lucas. Después, la justicia y la igualdad. La arbitrariedad, la mediocridad, no las soportaba. Vivió y murió socialista, compleja siempre, inclasificable también. Peleó por la vida, la suya y la ajena, como nadie. Aquí nos hemos quedado sin el tesoro que su amistad representaba en nuestra vidas, y hoy, tan tristes como estamos, sonreímos al recordarla, sabiendo que siempre será
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