¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
En esta semana del 8-M, he vuelto a ojear la publicación Mujeres protagonistas del callejero de Sevilla (Universidad de Sevilla, 2020). De las cerca de 4.500 calles rotuladas en Sevilla, unas 200 están dedicadas a mujeres consideradas referentes por motivos de profesión, abolengo o beatitud (científicas, artistas, escritoras, y también mujeres de la nobleza y la realeza, monjas, santas, beatas…). Compruebo, entusiasmada, que tiene su calle la escritora sevillana, defensora de los derechos de la mujer y espiritista, Amalia Domingo Soler. Y compruebo que el porcentaje todas ellas, en proporción al número de calles dedicadas a personas, es pobre. He aquí, para quien ostente la Alcaldía, un fértil margen de mejora.
En estas cavilaciones andaba cuando he recordado la iniciativa que, el año pasado, depositó en el registro municipal la abogada María Jesús Correa para que la Plaza de los Letrados pase a llamarse Plaza de la Abogacía. La misma letrada propuso hace años que el Colegio de Abogados de Sevilla pasara a denominarse Colegio de la Abogacía, y no hubo forma porque -se suele argüir-, en nuestra lengua, el masculino genérico "abogados" vale para denominar a letrados y letradas, se sientan éstas social y suficientemente reconocidas en dicha denominación, o no. Como si acaso "abogacía" no estuviera en el diccionario y no fuese certera y realmente inclusiva. La propuesta de cambio de nombre no implicaba un forzamiento ni atentaba contra la eficacia lingüística, únicamente hacía acogedora su denominación. No ha podido ser.
Me pregunto de qué está hecha esta numantina resistencia. Lo que está claro es que, desde que se propuso este cambio hasta ahora, el Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla ha perdido el salto: podría haber sido el primero en dar un paso al frente, y ya se le han adelantado un puñado -la Asociación de la Abogacía Joven de Sevilla, los de Vizcaya, Albacete, Barcelona, Gijón, Lérida, Lanzarote, Gerona, Tarragona…-. Podrían haber quedado como una entidad a la altura de los tiempos, y pionera. No ha sido así.
Nunca falta quien, en cualquier asunto del que es refractario, salga con eso de "¡con la de cosas importantes que hay que resolver!". Como si en España acaso hubiera un solo tipo que lo hace todo y por tanto no puede encargarse de cada cosa que nos concierne; o como si acaso las palabras no construyeran la Realidad. Nombrar es ayudar a ver. Las sílabas plenas que nombran a mujeres en nuestras calles, o la mejor palabra donde las gentes todas de un gremio se sientan acogidas, curan la ceguera, hacen visible lo que hay y merece la alegría ser mirado.
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