¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
Uno oposita al premio de tonto del año cuando cruza por una extensa terraza de veladores con la mascarilla puesta y todos los que están sentados, absolutamente todos, están con la cara descubierta, de charleta y tan a gusto. Seguro que usted ha tenido esa sensación alguna vez durante estos meses de pandemia. Eso de quitarnos la mascarilla para exclusivamente beber o yantar no ha cundido entre el personal, que prefiere vivir sin echar cuenta de la realidad. La sociedad está tan acostumbrada a que todo se haya espectacularizado, desde los funerales a los atentados, que la mayoría no le tiene temor al virus. ¡Cómo tenerle respeto a algo que no se ve! Pero hay otros galardones que se podrían conceder y para los que hay multitud de opositores. Por ejemplo, a los que se llevan más de media hora de pie en una plaza o en una calle a la espera de un velador. Como lo han leído. No sé si lo pasan peor los que aguardan o los que están sentados. Hay quien dice que los primeros efectúan una suerte de escrache sordo.
El tío de pie nervioso, con el niño llorando y la señora con cara de tacón, a dos metros de una mesa con los platos sucios, los vasos casi vacíos y todos los sedentes en animada charla. Se ve en un montón de sitios. Sevilla tiene miles de bares abiertos y veladores incluso en estos tiempos aciagos, pero a la gente no le importa perder las horas en hacer cola, como si estuviéramos en la Exposición Universal. Veo a gente esperando mesa para sitios donde uno se entera perfectamente de lo que están hablando los de la mesa de al lado, esos restaurantes de nuevo cuño que ni antes ni ahora dejan espacio entre las distintas reuniones para no perder caja. Al cuerno la intimidad. ¿Les merece la pena comer o cenar así? Uno espera la cola del autobús, la panadería, el cajero automático y, por supuesto la más importante: la del médico. Pero jamás la de un bar en la ciudad de los bares. Y menos atosigando a los que ya están sentados. O no sabemos buscar alternativas, o nos gusta eso de esperar más que a un tonto una cornetilla.
Lo más divertido son las peleas por una mesa. Si hubiéramos puesto el mismo afán con Gibraltar, el peñón seguiría siendo español. Por el velador, como por la libertad, se ha de dar la vida, que diría don Alonso Quijano. ¡Y vaya si la dan algunos! Si empiezan por perder el precioso tiempo de un domingo en una estúpida cola, ¿qué se puede esperar con semejante escala de valores? O seguimos teniendo en Sevilla una clara muestra del estado del bienestar, o es que definitivamente tenemos la cuchara entregada. No es que no quepan más tontos, que todavía caben, es que no cabe mayor indolencia.
También te puede interesar
Lo último