La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
El 3 de enero de 1889, bajo la fría mañanera de Turín, Nietzsche salió de su casa en la calle Carlo Alberto para dirigirse al centro de la ciudad. En mitad de la paseata contempló una escena. Un cochero estaba maltratando a su caballo porque el equino, exhausto, se negaba a continuar la marcha. Nietzsche se abrazó al pescuezo del animal, gritando "Mutter in bich dumm" ("Madre, soy bobo"). Acto seguido cayó a plomo al suelo, víctima de un síncope mental. Perderá el habla y la conciencia hasta su muerte en 1900, con el cambio de siglo. En su turbadora película El caballo de Turín, el cineasta húngaro Béla Tarr registra aquel incidente nietzscheano, pero ahonda no tanto en la figura del filósofo y enterrador de Dios como en lo que pudo ocurrirle finalmente al caballo. ¿Qué fue del equino maltratado? Metáfora de la consunción, el caballo renunciará a comer. Toda existencia carece de aurora. El abrazo entre Nietzsche y el caballo, como vio Rafael Argullol en su día, tal vez nos recuerda lo que se dice en un monólogo de la película: la nobleza ha muerto, los depredadores se han apoderado de todo, incluso de los sueños.
He recordado esto del caballo de Nietzsche al leer la crónica que la compañera Ana S. Ameneiro ha escrito sobre el acoso que los cocheros sevillanos dicen sufrir en la calle por parte de los animalistas. El gremio nunca fue santo de nuestra devoción. Recuerda uno lo que costó que atendieran a la necesidad de un discreto uniforme para evitar atuendos indecorosos. Hoy por hoy los cocheros se han reciclado en forma y aspecto. El cuidado a los caballos es notable, salvo rara excepción. En las cuadras municipales de la esclusa se les da su mimo, su costoso pienso y su higiene (una de las estampas bucólicas que quedan en Sevilla es ver de vuelta con el ocaso a estas calesas por la senda portuaria de Tablada). Dice un portavoz del gremio que no saber idiomas los limita. No saben inglés y esta tara les resta clientela internacional. Quieren que el Ayuntamiento haga algo. Oiga, páguense ustedes el inglés con acento de Cambridge. Los cocheros aseguran que utilizan apeos para arrojar el excremento caballuno y que hacen uso de los plásticos enganchados a los arreos para evitar que las cagarrutas caigan al suelo como albóndigas pestilentes. Mentira o media verdad. El hedor de las cacas redondas o majadas por todas partes por donde transitan nos sigue dando arcadas. Pero otra cosa es el animalismo demencial. Está al caer la estampa nietzscheana en la que un animalista corra a agarrarse al cuello de un caballo. Merecería su adecuada coz.
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