La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
Hoy lloramos la muerte de don Manuel Clavero y perdemos al maestro insustituible, al compañero leal y al amigo entrañable y generoso.
Maestro del derecho que nos enseñó en sus dos cursos de Derecho Administrativo con sapiencia y maestría los secretos de los procedimientos administrativos y contenciosos. Para un profesor con su vocación universitaria, maestro es el titulo más excelso, que él ejerció con una relación cordial y humana con todos sus discípulos que guardan de sus enseñanzas un recuerdo imperecedero.
Maestro de la abogacía que nos recomendó aplicar el derecho con rigor y honestidad, mostrándonos con su agilidad mental y experiencia el mejor enfoque y comprensión de las muchas aristas que nos ofrece la vida real. Tuve el privilegio de colaborar en muchos asuntos con don Manuel y apreciar en primera línea cómo planteaba la defensa de las razones del cliente y cómo se debían administrar los triunfos y fracasos que nos llegaban en forma de resoluciones judiciales. El abogado, nos decía, no debe llenarse de vanidad al ganar un asunto importante, porque a continuación vendría otra resolución desestimatoria que le pondría en su sitio y le bajaría de aquella nube. Y lo más importante, el máximo respeto para los demás y no dar nunca una batalla por perdida, porque siempre había algún recurso que utilizar en defensa de los derechos e intereses que se nos habían confiado.
Ejemplo como servidor publico, a quien recuerdo con respeto y afecto en mis encuentros en el Ministerio de las Regiones y después en el de Cultura. Fue un defensor tenaz de los intereses generales y asumió la defensa prioritaria de Andalucía, que ha mantenido durante toda su larga vida. Por eso, no es de extrañar, pero sí de agradecer en lo que vale, el reconocimiento del presidente de la Junta de Andalucía al calificarle como el padre de la moderna patria andaluza y la creación de la Medalla de Andalucía que lleva su nombre que se entrega el 28 de febrero.
Relevante es su fecunda presencia durante más de veinte años como presidente del Consejo Editorial del Grupo Joly. Debo recordar con emoción la inolvidable reunión en la que José Joly Martínez de Salazar le expuso, con motivo del nacimiento del nuevo Diario de Sevilla, su deseo de constituir un Consejo Editorial para todos los diarios del Grupo y le pidió que aceptara su Presidencia. En la cordial reunión en su despacho, nos dijo que ya presidía un consejo similar de otro grupo editorial que tendría que dejar, que reflexionaría sobre la propuesta y contestaría a la mayor brevedad. Así lo hizo y tomé nota de sus razones, siempre pensando en Andalucía. "José Luis, voy a aceptar el ofrecimiento porque el proyecto que me explica José Joly de extender los diarios a más provincias andaluzas creo que es importante para la estructuración de Andalucía y tengo el deber de apoyarlo."
El deber, siempre el deber, y el ejercicio de autoexigencia que ha sido consustancial con todas sus actuaciones y que ha cumplido gallardamente hasta el final en que insistía, a pesar de su debilidad física, en celebrar y presidir las reuniones del Consejo Editorial.
Me distinguió, inmerecidamente, con la predilección de una amistad que fue y será imborrable. Guardaré en lo más profundo de mi alma la imagen de un hombre bueno, justo, y ejemplar cuyas enseñanzas perdurarán para siempre.
Un hombre verdaderamente grande y lleno de paz. La predicó y practicó con suma generosidad y le deseo con todas mis fuerzas que él mismo la disfrute en su merecido eterno descanso.
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