¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Casi sin darnos cuenta, en pocos años, tenemos otra forma de hacer las cosas. Hemos pasado de las colas en las ventanillas de la Administración y de las salas de espera atiborradas a las citas previas. De darnos una vuelta para tomar una cerveza donde surgiera, a las mesas reservadas. Algunos han querido ver en todo este cambio, sobre todo en los bares, una consecuencia no deseada de los visitantes y turistas, pero creo que es algo más profundo. Una manera de vivir, despreocupada y algo provinciana, nos permitía improvisar, cerca del mediodía o a la caída de la tarde y salir a tomar una cerveza relajadamente con la familia o amigos. Y en esa misma tertulia o alrededor de la mesa familiar del desayuno o la cena, decidir que mañana por la mañana íbamos a ir al médico o a pagar la contribución. Hemos perdido la sensación de que nosotros controlábamos nuestra vida porque podíamos improvisar dónde y con quién nos tomábamos una cerveza. Pero creo que era solamente una sensación, porque en el fondo era un pequeño margen a cambio de que todo el resto fuera un desorden en el que se perdía un tiempo valioso en cualquier cola para casi todo. Y no digamos si había que renovar el DNI.
La cita previa es un control, pero a su vez, una prueba de que la Administración ha dejado de funcionar como la oficina maldita de las revistas humorísticas de los años cincuenta. Y muchos trámites se resuelven desde casa, delante de la pantalla del ordenador. Me dirán que hay colas para pedir cita previa si no disponemos de la máquina. Menos mal, es una alternativa para aquellas personas que no están incorporadas al mundo digital. Cada vez son menos y a pasos agigantados se simplifica todo. Una sociedad de citas previas y mesas reservadas. De funcionarios que nos atienden con mejor semblante y eficacia (¿no lo han notado?) y bares y restaurantes que han preparado con esmero los alimentos frescos que necesitan para el día porque saben que lo tienen vendido. Por ejemplo, esa movilidad de la que hemos hecho gala durante generaciones para callejear y encontrar un buen sitio para ver cofradías con su tapa y cerveza posteriores terminó hace tiempo. Reconózcanlo. Y en esto llegó el Covid-19, con más citas previas por teléfono y controles por código QR. La vacunación ha ido bien. La pandemia acabará, pero las citas previas y las mesas reservadas se quedarán, porque no es cosa del virus. Ya habíamos cambiado.
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