La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
Estos días que anda el cielo nublado y ya se advierte en las mañanas una bajada de la temperatura me viene a la cabeza una escena de Milagro en Milán, en la que los personajeshuyen del frío persiguiendo el calor de un rayo de sol que se abre paso entre las nubes. Volví a ver la obra maestra de Vittorio De Sica hace unas semanas, en un cine de Lisboa, pero esta vez la proyección tenía una emoción añadida porque era la película favorita de Juan Antonio Bermúdez, nuestro amigo que murió el pasado noviembre, en el homenaje que se le dedicó en el Teatro Alameda se rescató la maravillosa secuencia final de esa cinta. De modo que reencontrarme con el filme al completo, esa hermosa fábula a favor de los desheredados y los nobles de corazón y en contra de los especuladores y los codiciosos, supuso toda una sacudida. Pensaba entre lágrimas en el legado tan hondo que nos deja nuestro compañero: qué importante, en estos tiempos descreídos, defender la inocencia y la bondad y la esperanza. Se había producido el milagro, y no sólo por el desenlace prodigioso, ajeno a la lógica y teñido de magia con que se cierra el guión, sino porque mientras aparecían en pantalla los créditos finales volvíamos a creer en esa especie extraña del ser humano. Le debemos a Juan Antonio mantener ese fuego encendido, esa confianza, dentro de nosotros.
Esta semana, ya en Sevilla, gracias al estreno de El sol del futuro, volvimos (¡tres décadas después de Caro diario!) al Nanni Moretti más neurótico y desatado tras la sobriedad de trabajos como Tres pisos. Sólo Moretti podía hacer una comedia tan deliciosa con semejante punto de partida, la peripecia de un director que dedica su nuevo proyecto a contar la crisis que abrió en el Partido Comunista Italiano la ocupación soviética de Hungría. El creador reflexiona sobre una izquierda que ha perdido su relevancia –¿hubo alguna vez comunistas aquí?, le llega a preguntar un compañero más joven a Moretti en la ficción– en un país, además, gobernado por la ultraderecha, y carga desde su púlpito de señor maduro y cascarrabias contra todo lo que encuentra a su paso: la inconsciencia con la que los directores actuales recurren a la violencia, el tsunami que representan las plataformas y sus modos de producción para el cine más artesanal. Giovanni, el alter ego de Moretti, es un hombre que se sabe fuera de juego y que no entiende el que todavía es su tiempo, un tipo cansado que ha contagiado su agotamiento a su matrimonio, pero la película se resiste al desaliento y es finalmente una defensa de la alegría y de la vida, con la música de Franco Battiato de fondo. De Sica y Moretti nos dicen lo mismo: que busquemos el consuelo del sol, que vayamos hacia la luz, que sigamos creyendo.
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