La Celda

Bourgeois representa el arte como exorcismo, como fuego en el que arde la pregunta de por qué no nos quisieron

01 de mayo 2021 - 01:46

Entre las piezas que pueden verse en la fantástica muestra del CAAC Escultura expandida destaca una de las impactantes Celdas a las que dio forma Louise Bourgeois, Arch of Hysteria, poseedora de esa autenticidad que desprendía una artista que trabajaba desde el seísmo de las emociones y libraba en su obra una batalla con el recuerdo. "Algunos estamos tan obsesionados con el pasado que morimos sepultados por él", confesó esta creadora que encontró en su oficio el remedio para hacer cicatrizar las heridas, para encarar los traumas. En Arch of Hysteria el espectador se enfrenta a la dualidad del alma humana, de la vida: un cuerpo desgarrado por la tensión se apoya sobre un lecho, y en la colcha se repite la frase je t'aime. El amor y el dolor se abrazan y se confunden, bien lo sabe Bourgeois, que nunca olvidó la infidelidad de su progenitor a su esposa enferma con la institutriz -una ecuación que la niña vivió también como un engaño a ella- y que más tarde escenificó el rencor hacia la figura paterna, ese hombre autoritario y amigo de un orden estricto que no cumplía, en Destrucción del padre, una escultura en la que simulaba que los hijos, sentados a la mesa, acababan troceando y devorando a su familiar. La madre, entretanto, pasaría en su imaginario a tomar las formas de una araña tejedora: sería protección, refugio, pero también amenaza. El arte como exorcismo, como catarsis, como fuego purificador en el que arde esa pregunta de por qué no nos quisieron.

Permítanme que les cuente -y, de nuevo, perdónenme- algo personal: por intuición, mi amiga Marta pensó ante el Arch of Hysteria que yo debía escribir un poema sobre esa obra, sin saber que esa mujer que casi llega al siglo de vida y siguió creando con jovialidad y entusiasmo me fascinaba, sin sospechar que esa admiración me había inspirado ya algunos versos: ella irrumpió, casi como una estrella invitada, en un texto que hice sobre Thomas Eakins, un pintor que fue expulsado de la Academia de Bellas Artes de Pensilvania por la presencia de un modelo desnudo en unas clases a las que asistían unas damas. Sin esperarlo, esa vivencia se cruzó con un episodio en la biografía de Bourgeois, que cuando era aún joven e iba a clases en París fue testigo de cómo otro modelo, tras mirar a una chica, tuvo una erección. Tras el escándalo inicial, esa artista que más tarde derrumbaría las fronteras entre lo masculino y lo femenino y moldearía propuestas como la de Mujer cuchillo entendió que todos somos tan fieros como frágiles. "¡Qué suceso tan fantástico, revelar la vulnerabilidad, exponerla de manera tan explícita!", escribiría sobre aquella escena. Su obra sería así: una mezcla de desvalimiento y extrañeza, del material confuso del que estamos hechos los humanos.

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