La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
EN el Lady Drama de la calle Dos de Mayo solo se hablaba el pasado sábado del cartel de Semana Santa firmado por Salustiano, un praxiteliano Resucitado que ha herido demasiadas sensibilidades. Vayamos al grano: los detractores del cartel critican, principalmente, la apostura un tanto erótica del Cristo. Gay, para ser más precisos. Sinceramente, fue lo primero que pensé cuando vi el afiche. Esa languidez mórbida y esa mirada entre desafiante y acogedora, pueden interpretarse perfectamente en un sentido sexual. Algunos defensores del cartel han explicado esta reacción tirando de manual freudiano. Puede ser que tengan razón y que el bujarra que, al parecer, habita en todo hombre aproveche este tipo de polémicas para, muy cucamente, emerger. Vaya usted a saber. Lo hablaré con mi psiquiatra. Otros defensores, más eruditos o duchos en Wikipedia, han sacado a la luz la larga tradición iconográfica de cristos lánguidos e italianizantes. Estas riñas sevillanas están muy bien, porque sirven para elevar el nivel cultural de los dos bandos al airear sesudas reflexiones estéticas y teológicas.
El mismo autor, Salustiano –un pintor con reconocimiento internacional que indudablemente conoce muy bien su oficio– ha dicho que ni mucho menos su intención era darle un sentido sexual al Resucitado. Y le creo, porque no tengo ningún motivo para lo contrario. Pero, a lo Sancho Panza, diré que el infierno está empedrado de buenas intenciones y que el resultado final ha sido que miles de personas se han sentido ofendidas por el cartel. ¿Y quiénes son estos “ofendiditos”? Según los apasionados defensores del cartel se trata de la más vil carcundia de la ciudad, inquisidores, gente inculta y desconocedora de las delicias del arte. Seguro que alguno así habrá, pero muchos de ellos –a algunos los conozco– son personas cultas y sensibles, cristianos sinceros y comprometidos que han visto mancillado lo que más aman: Jesucristo.
¿Quién es el responsable de que un cartel que debe ser una celebración haya acabado en riña tumultuaria? A mi limitado entender, el Consejo General de Hermandades y Cofradías, que es quien encarga la obra. Un artista, faltaría más, puede pintar lo que estime necesario y exponerlo o reproducirlo donde le dejen. Pero el Consejo debería haber sido un poco más perspicaz y adelantarse al escándalo que iba a suponer la obra de Salustiano. No era tan difícil. Sobre todo, debería haber velado porque un cartel suyo no hiriese en el alma a tantos y buenos católicos que demasiados desprecios aguantan para, encima, sufrir el fuego amigo. Es la nueva moda inaugurada por el Papa Francisco: a los propios, ninguneo; a los extraños, peloteo. Ellos sabrán lo que hacen.
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