¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Q UERIDAS Majestades: en los últimos años, guiados por el escepticismo que con el paso del tiempo va asentándose en nuestros corazones, la carta que les escribíamos con ilusión cuando éramos niños, se ha convertido en una frase hecha como símil de algo imposible de conseguir. Al paso de aquella alegría e inocencia al realismo del que ahora alardeamos como ejemplo de lo que hemos aprendido, lo llamamos madurar. Y dicen, que es positivo y que no hacerlo nos lleva al desastre. Pero déjenme que les traslade mis dudas. Porque yo creo que la felicidad que sentí cuando ustedes disfrazados de mis progenitores me sorprendieron una mañana lluviosa con un scalextrix, yo no la he vuelto a tener.
Sí, es cierto, luego la vida, cuando dejas la niñez, te descubre el amor y todos sus extras; el trabajo y sus guerras; los viajes y sus descubrimientos; la muerte y las despedidas; el mar y los infinitos colores de los amaneceres. Pero los sueños poco a poco van desapareciendo, las rutinas nos acostumbran a conocer nuestros límites y las normas nos inclinan a aceptarlos como mejor modo de sobrevivir a la jungla y a los sinsentidos. Y de sonreír como niños chapoteando en los charcos, comenzamos a aceptar que lo que nos ocurre es cosa de la vida, que es así de cruel e impredecible, cuando en realidad, la vida es lo que nosotros queremos y hacemos que sea.
Por eso me permito pedirles para este año 2022 que nos traigan, si no en su totalidad, sí al menos parcialmente , algo de aquella inocencia perdida que nos permitía jugar con cualquiera por igual , independientemente de su color, raza o credo; aquellas sonrisas libres , francas , generosas , que no sabían de traiciones , mentiras ni postureos ; a nuestros padres y madres con quienes jugábamos en el salón a sabiendas de que con ellos al lado nada malo nos podría pasar; y sobre todo, aquellas ilusiones que nos hacían soñar con que el tiempo nunca pasaría para nosotros ya que estábamos destinados a vivir eternamente, jugando con nuestros mejores amigos, ajenos a enfermedades y olvidos , como habitantes de la única patria verdadera que es la niñez . Es cierto, desde entonces nos hemos equivocado en exceso y no merecemos más que carbón, y también que, de tener una segunda oportunidad, lo más probable es que volveríamos a desperdiciarla queriendo ser con urgencia más adultos y sensatos; pero yo desearía solicitarles 100 gramos de inocencia, en vez de una bufanda o un jersey para abrigarse ante el frío que se avecina. Porque no es el frío en el cuerpo el que nos asusta, sino el de los corazones.
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