Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
EN la vida hay que hacer cosas de provecho. Por eso, para no dejar llevarme por la desidia y la molicie, he decidido perseguir en mis escasos ratos libres al fantasma de Bernardo Víctor Carande. Aunque, a veces, he de confesar, no sé si es él quien me persigue a mí para combatir su tediosa vida de espectro. Debe ser por eso que un día entro en una exposición en el Archivo de Indias y me tropiezo con unas instantáneas suyas de una corrida en la plaza de toros de Badajoz. Son de los tiempos en los que se ganaba parte del sustento como fotógrafo taurino de alguna revista. En otra ocasión me voy a ver el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y, al salir, entro en una librería de viejo y me doy de bruces con Suroeste, su novela sobre el campo de la Baja Extremadura que fue finalista del Premio Nadal en 1972 (ganó José María Carrascal con Groovy). Pero no todo son golpes de suerte. Pregunto por él a quienes me consta que le conocieron: José Manuel Sánchez del Águila (+) y Paco Aranguren, con los que compartió editorial; Paco Correal, que lo entrevistó... poco a poco, gracias a una mezcla de azar y voluntad, voy poniendo en pie las líneas maestras de una vida que comenzó en Madrid en 1932 y finalizó en su finca Capela (Almendral, Badajoz) en 2005, aunque tuvo largos periodos sevillanos que lo marcaron definitivamente.
El mayor golpe de suerte sucedió cuando le comenté a Daniel Cruz mis pesquisas de sabueso literario y, de los fondos de su librería de viejo Boteros, me regaló su libro El guerrillero erudito, y, ¡oh maravilla!, diez números de la revista Capela, editada por Bernardo Víctor entre finales de los 70 y principios de los 80. Proyecto personalísimo, en Capela, Bernardo Víctor nos muestra sus pasiones y obsesiones: la deforestación de campos y ciudades, la agricultura de la que intenta vivir, la literatura, la historia, el cómic, los inicios de la política democrática... todo de una manera un tanto caótica y deliciosa, con voces dispares (Delibes, Guillén, Vázquez Parladé, Caro Romero, Ruiz Copete, Miguel Ángel Laredo, el tabernero Trifón...) que dan una buena muestra del mosaico que fue la cultura española de la Transición, especialmente en Sevilla y Badajoz. De estirpe horaciana (no en vano se subtitula Boletín de información personal de un hombre que vive en el campo), Capela está confeccionada en ese locus amoenus que fue para su impulsor el campo extremeño, donde se refugió tras no pocas cornadas vitales y donde murió con las botas puestas.
No recuerdo haber visto a Bernardo Víctor con vida, pero sí a su padre, el gran historiador don Ramón Carande. Una vez trotaba yo por la calle Álvarez Quintero cuando, al fondo, lo vi avanzar entre la niebla: su capa española, su boina, su melena blanca, su corbatilla de pistolero... Mis efímeras relaciones con los Carande siempre tienen algo de fantasmales.
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